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Documentos CTXT

"He venido aquí para enterrar el último resquicio de la Guerra Fría"

Discurso del presidente de Estados Unidos en su primer viaje a Cuba

Barack Obama 30/03/2016

<p>Obama, durante durante su visita a la Habana</p>

Obama, durante durante su visita a la Habana

The White House

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Gracias. Muchas gracias. Muchas gracias. Muchas gracias. 

Presidente Castro, el pueblo cubano, muchas gracias por la cálida bienvenida que he recibido, que mi familia ha recibido, y que nuestra delegación ha recibido. Es un extraordinario honor estar hoy aquí.

Antes de comenzar, si me lo permiten, quiero mencionar los ataques terroristas que han sucedido en Bruselas. El pueblo estadounidense está pensando y rezando por el pueblo belga. Nos solidarizamos con ellos y condenamos estos ataques atroces contra personas inocentes. Haremos lo que sea necesario para apoyar a nuestra amiga y aliada, Bélgica, para ajusticiar a aquellos que sean responsables. Y este es otro recordatorio de que el mundo debe unirse, debemos estar juntos, independientemente de su nacionalidad o raza, o la fe, en la lucha contra el flagelo del terrorismo. Podemos y debemos derrotar a los que amenazan la seguridad y la protección de las personas en todo el mundo.

Al gobierno y al pueblo de Cuba, les doy las gracias por la bondad que me han demostrado a mí y a Michelle, Malia, Sasha y a mi suegra, Marian.

“Cultivo una rosa blanca”. En su poema más famoso, José Martí hizo su ofrenda de amistad y de paz, tanto a su amigo como a su enemigo. Hoy, como Presidente de Estados Unidos de América, le ofrezco al pueblo cubano: el saludo de paz.

La Habana se encuentra tan solo a 90 millas de Florida, pero para llegar hasta aquí tuvimos que recorrer una gran distancia: derribar las barreras de la historia y la ideología; las barreras del dolor y la separación. Las aguas azuladas bajo Air Force One transportaron en su día los barcos de batalla estadounidenses hasta esta isla, para liberar pero también para ejercer control sobre Cuba. Esas aguas también transportaron a generaciones de revolucionarios cubanos hasta Estados Unidos, donde consiguieron apoyo para su causa. Y esa corta distancia ha sido cruzada por cientos de miles de exiliados cubanos, en aviones y balsas improvisadas. Exiliados que llegaron a Estados Unidos en busca de libertad y oportunidad, a veces dejando atrás todas sus posesiones y a todos sus seres queridos.

Al igual que tantas personas en nuestros dos países, mi vida abarca un periodo de aislamiento entre nosotros. La revolución cubana ocurrió el mismo año que mi padre llegó a Estados Unidos desde Kenia. Bahía de los Cerdos ocurrió en el año en que yo nací. Al año siguiente el mundo entero quedó en suspenso observando a nuestros dos países mientras la Humanidad se acercaba más que nunca antes al horror de una guerra nuclear. Con el paso de las décadas, nuestros gobiernos se estancaron en un enfrentamiento sin fin, luchando batallas por medio de representantes. En un mundo que se ha reinventado una y otra vez, una constante ha sido el conflicto entre Estados Unidos y Cuba.

He venido aquí para enterrar el último resquicio de la Guerra Fría en el continente americano. He venido aquí para extender una mano de amistad al pueblo cubano.

Quiero dejar una cosa clara: Las diferencias entre nuestros gobiernos en todos estos años son reales y son importantes. Estoy seguro de que el Presidente Castro diría lo mismo. Lo sé porque le he oído hablar sobre esas diferencias largo y tendido. Pero antes de hablar sobre esos temas, también es nuestro deber reconocer cuánto tenemos en común. Porque en muchos sentidos, Estados Unidos y Cuba son como dos hermanos que han estado incomunicados durante años, incluso cuando compartimos la misma sangre.

Ambos vivimos en un nuevo mundo, colonizado por europeos. Cuba, como Estados Unidos, fue construida en parte por esclavos que trajeron aquí desde África. Al igual que en Estados Unidos, el pueblo cubano puede encontrar sus orígenes tanto en los esclavos como en los dueños de los esclavos. Ambos hemos abierto nuestras puertas a inmigrantes que recorrieron grandes distancias para empezar vidas nuevas en el continente americano.

Con el paso de los años, nuestras culturas se han mezclado. El trabajo del Dr. Carlos Finlay en Cuba abrió el camino a generaciones de doctores, incluyendo a Walter Reed, que se basó en el trabajo del Dr. Finlay para ayudar a luchar contra la fiebre amarilla. Al igual que Martí escribió algunas de sus palabras más conocidas en Nueva York, Ernest Hemingway hizo su hogar en Cuba, y encontró la inspiración en las aguas de sus costas. Compartimos un pasatiempos nacional, La Pelota, y esta misma tarde nuestros jugadores competirán en el mismo campo de La Habana donde jugó Jackie Robinson antes de hacer su debut en las Grandes Ligas. Se dice que nuestro mejor boxeador, Muhammad Ali, hizo un tributo una vez a un cubano con quien nunca podría luchar, diciendo que solo podría empatar contra el gran cubano Teófilo Stevenson.

Incluso mientras nuestros gobiernos se convertían en adversarios, nuestros pueblos siguieron compartiendo estas pasiones comunes, sobre todo puesto que tantos cubanos vinieron a Estados Unidos. En Miami y en La Habana se pueden encontrar lugares para bailar el chachachá o la salsa y comer ropa vieja. La gente de nuestros dos países ha cantado las canciones de Celia Cruz y de Gloria Estefan y ahora escuchan reguetón y a Pitbull. Millones de personas de nuestros países tienen una religión en común, una fe a la que di homenaje en el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad en Miami, una paz que los cubanos encuentran en La Cachita.

Con todas nuestras diferencias, el pueblo estadounidense y el pueblo cubano comparten los mismos valores en sus propias vidas. Un sentido de patriotismo y de orgullo... mucho orgullo. Un amor profundo por la familia. Una pasión por nuestros hijos y un compromiso con su educación. Ese es el motivo por el que creo que nuestros nietos mirarán atrás a este periodo de aislamiento como una aberración; como solo un capítulo en una historia más larga de familia y amistad. 

Pero no podemos y no debemos pasar por alto las diferencias muy reales que existen entre nosotros, sobre cómo organizamos nuestros gobiernos, nuestras economías y nuestras sociedades. Cuba tiene un sistema de un solo partido; Estados Unidos es una democracia de múltiples partidos. Cuba tiene un modelo económico socialista; Estados Unidos es un mercado libre. Cuba ha reforzado el papel y los derechos del estado; Estados Unidos está fundado sobre los derechos individuales. 

A pesar de esas diferencias, el 17 de diciembre de 2014, el Presidente Castro y yo anunciamos que Estados Unidos y Cuba iniciarían un proceso para normalizar las relaciones entre nuestros países. Desde entonces, hemos entablado relaciones diplomáticas e inaugurado embajadas. Hemos lanzado iniciativas para cooperar en temas de salud y agricultura, educación y autoridades del orden público. Hemos llegado a acuerdos para recobrar vuelos directos y servicios de correo. Hemos expandido los lazos comerciales y aumentando las opciones de los estadounidenses para viajar y hacer negocios en Cuba.

Estos cambios han sido bien recibidos, a pesar de que aún hay personas que se oponen a estas políticas. No obstante, muchas personas en ambos lados del debate han preguntado: ¿por qué ahora?

La respuesta es sencilla: lo que estaba haciendo Estados Unidos no funcionaba. Debemos tener el valor de reconocer esa verdad. Una política de aislamiento diseñada para la Guerra Fría no tenía mucho sentido en el siglo XXI. El embargo solo hacía daño al pueblo cubano en lugar de ayudarlo. Y siempre he creído en lo que Martin Luther King, Jr. llamaba “la urgencia feroz de ahora”. No debemos temer el cambio, debemos acogerlo. 

Eso me lleva a la razón más grande e importante de estos cambios: Creo en el pueblo cubano. Creo en el pueblo cubano. Esto no es solo una política de normalizar relaciones con el gobierno cubano; los Estados Unidos de América está normalizando relaciones con el pueblo cubano. 

Y hoy quiero compartir con ustedes mi visión de cómo puede ser nuestro futuro. Y quiero que el pueblo cubano, sobre todo la gente joven, entienda por qué creo que deben mirar al futuro con esperanza; no la falsa promesa que insiste en que las cosas están mejor de lo que realmente están ni el optimismo ciego que dice que todos sus problemas desaparecerán mañana. Esperanza que tiene una base en el futuro que ustedes pueden elegir; que ustedes pueden moldear; que ustedes pueden construir para su país.

Yo tengo esperanzas porque creo que el pueblo cubano es tan innovador como cualquier otro pueblo en el mundo entero.

En una economía global, potenciada por ideas e información, el valor más importante de un país es su gente. En Estados Unidos tenemos un monumento claro de lo que pueden construir los cubanos: se llama Miami. Aquí en La Habana, vemos ese mismo talento en cuentapropistas, cooperativas y autos viejos que aún funcionan: el cubano inventa del aire. 

Cuba tiene un recurso extraordinario; un sistema de educación que valora cada niño y cada niña. Y en años recientes, el gobierno cubano ha empezado a abrirse al mundo, y a abrir más espacios para que ese talento prospere. En tan solo unos años, hemos visto como los cuentapropistas pueden prosperar mientras mantienen un espíritu decididamente cubano. Ser trabajador autónomo no se trata de ser más como Estados Unidos, sino de ser ustedes mismos.

Miren a Sandra Lidice Aldama, que eligió abrir un pequeño negocio. Los cubanos, dijo, podemos “innovar y adaptarnos sin perder nuestra identidad... nuestro secreto es no copiar ni imitar pero simplemente ser nosotros mismos”.

Miren a Papito Valladeres, un barbero, cuyo éxito le permitió mejorar las condiciones en su vecindario. “Me doy cuenta de que no voy a resolver todos los problemas del mundo”, dijo. “Pero si puedo resolver los problemas en el pequeño pedazo de mundo en el que vivo, puede expandirse por La Habana”.

Ese es el principio de la esperanza; la habilidad de ganarse uno la vida y de construir algo de lo que se pueda sentir orgulloso. Por eso nuestras políticas están enfocadas en apoyar a los cubanos, en lugar de hacerles daño. Por eso pusimos fin a los límites en los giros, para que los cubanos de a pie tuvieran más recursos. Por eso estamos animando a la gente a viajar, para construir puentes entre nuestros pueblos y generar más ingresos para los pequeños negocios cubanos. Por eso hemos abierto más espacios para comercio e intercambios, para que los estadounidenses y los cubanos puedan trabajar juntos para encontrar curas, crear empleos y abrir la puerta a más oportunidad para el pueblo cubano.

Como Presidente de Estados Unidos, he hecho un llamado al Congreso para levantar el embargo. Es una carga anticuada que lleva a cuestas el pueblo cubano. Es una carga para el pueblo estadounidense que quiere trabajar y hacer negocios o invertir en Cuba. Es hora de que levantemos el embargo. Pero aunque levantáramos el embargo mañana, los cubanos no podrían alcanzar su potencial sin hacer los cambios necesarios aquí, en Cuba. Debería de ser más fácil abrir un negocio aquí, en Cuba. Un trabajador debería de poder conseguir trabajo directamente con las compañías que inviertan aquí. Dos divisas no deberían separar el tipo de salarios que pueden ganar los cubanos. Debería de haber Internet disponible en toda la isla, para que los cubanos se puedan conectar con el mundo entero y a uno de los motores de crecimiento más fuertes en la historia de la humanidad. 

No hay límite impuesto por Estados Unidos para que Cuba pueda dar estos pasos. Eso es cosa suya. Y les puedo decir, como amigo, que la prosperidad sustentable en el siglo XXI depende de la educación, la sanidad y la protección del medio ambiente. Pero también depende del intercambio libre y abierto de ideas. Si no pueden acceder a información en Internet; si no pueden estar expuestos a diferentes puntos de vista; entonces no alcanzarán su pleno potencial. Y con el tiempo, la juventud va a perder la esperanza.

Sé que estos temas son sensibles, sobre todo cuando vienen de un presidente estadounidense. Y desde 1959, algunos estadounidenses veían Cuba como un lugar del que se podían aprovechar, ignoraron la pobreza y permitieron la corrupción. Desde 1959, hemos sido como boxeadores con un contrincante imaginario en esta batalla de geopolítica y personalidades. Conozco la historia, pero me niego a verme atrapado por ella.

He dejado claro que Estados Unidos no tiene ni la capacidad ni la intención de imponer cambios en Cuba. Lo que cambie dependerá del pueblo cubano. No vamos a imponerles nuestro sistema político ni económico. Reconocemos que cada país, cada pueblo, debe trazar su propio camino, y darle forma a su propio modelo. Pero ahora que hemos quitado la sombra de la historia de nuestra relación, debo hablar honestamente sobre las cosas en las que yo creo – las cosas en las que nosotros, como estadounidenses, creemos. Como dijo Martí: “La libertad es el derecho de todo hombre a ser honesto, pensar y hablar sin hipocresía”.

Así que déjeme decirles lo que yo creo. No los puedo obligar a estar de acuerdo, pero deben saber lo que pienso. Creo que cada persona debe ser igual bajo la ley. Cada niño se merece la dignidad que viene con la educación, la sanidad y los alimentos que tiene sobre la mesa y un techo sobre sus cabezas. Yo creo que los ciudadanos deberían ser libres de expresar sus ideas sin miedo, de organizarse, y de criticar a su gobierno y protestar pacíficamente, y que el estado de derecho no debería incluir detenciones aleatorias de las personas que hacen uso de esos derechos. Yo creo que cada persona debería tener la libertad de practicar su fe de forma pacífica y pública. Y, si, yo creo que los votantes deberían de elegir sus gobiernos en elecciones libres y democráticas.

No todo el mundo está de acuerdo conmigo sobre esto. No todo el mundo está de acuerdo con el pueblo estadounidense sobre esto. Pero creo que estos derechos son universales. Creo que son los derechos del pueblo estadounidense, del pueblo cubano y de todo el mundo. 

Ahora, no es un secreto que nuestros gobiernos estén en desacuerdo con muchos de estos temas. He tenido discusiones sinceras con el Presidente Castro. Durante muchos años, ha señalado los fallos del sistema estadounidense: la desigualdad económica; la pena de muerte; la discriminación racial; las guerras en el extranjero. Eso es solo un ejemplo. Él tiene una lista mucho más larga. Pero esto es lo que tiene que entender el pueblo cubano: estoy dispuesto a tener este debate y diálogo abierto. Es bueno. Es saludable. No le tengo miedo.

Sí que hay demasiado dinero en la política estadounidense. Pero en EEUU, todavía es posible que alguien como yo, un niño que fue criado por una madre soltera, un niño de raza mixta que no tenía mucho dinero, pueda ir atrás de y conseguir el cargo más alto del país. Eso es lo que es posible en EEUU.

Sí que hay dificultades de discriminación racial en nuestras comunidades, en nuestro sistema penal, en nuestra sociedad – el legado de esclavitud y segregación. Pero el hecho de que tengamos debates abiertos dentro de la propia democracia estadounidense es lo que da lugar a que mejoremos. En 1959, el año en que mi padre se mudó a Estados Unidos, era ilegal para él casarse con mi madre, quien era blanca, en muchos estados del país. Cuando empecé a ir a la escuela todavía estábamos luchando por eliminar la segregación en las escuelas del sur de Estados Unidos. Pero la gente se organizó; protestaron; debatieron estos temas; desafiaron a los oficiales del gobierno. Y gracias a esas protestas y debates y la movilización del pueblo, puedo alzarme aquí hoy, como afroamericano, y como Presidente de Estados Unidos. Eso fue por las libertades otorgadas en los Estado Unidos que pudimos traer el cambio.

No digo que sea fácil. Todavía hay problemas enormes en nuestra sociedad. Pero la democracia es la forma de cambiarlos. Es como conseguimos servicios de salud para una mayor cantidad de personas del país. Es como hicimos grandes avances en los derechos de las mujeres y de los homosexuales. Es como hablamos de la desigualdad que concentra tanta riqueza en la cima de nuestra sociedad. Puesto que los trabajadores se pueden organizar y la gente de a pie tiene una voz, la democracia estadounidense le ha dado a nuestro pueblo la oportunidad de perseguir sus sueños y disfrutar de un alto nivel de vida.

Ahora, aún quedan luchas difíciles y no siempre es bonito, el proceso de la democracia. Muchas veces es frustrante. Lo podemos apreciar en las elecciones que están en curso ahora mismo en mi país. Pero párense y piensen en este hecho sobre la campaña de Estados Unidos que se está llevando acabo ahora: habían dos cubanos-americanos en el partido republicano, haciendo campaña contra el legado de un hombre de raza negra que es el Presidente, mientras discuten que cada uno tiene más posibilidades de derrotar al candidato demócrata que será una mujer o un social-demócrata. ¿Quién habría apostado por eso en 1959? Esa es la medida de nuestro progreso.

Este es mi mensaje para el gobierno y pueblo de Cuba: Los ideales que son el punto de partida de toda revolución – la revolución de Estados Unidos, la revolución de Cuba, de los movimientos de liberación de todo el mundo– encuentran su expresión más verdadera, yo pienso, en la democracia. No porque pienso que la democracia en Estados Unidos sea perfecta, sino precisamente porque no lo somos. Y nosotros –al igual que todos los países– necesitamos el espacio que la democracia nos da para cambiar. Les da a los individuos la capacidad de ser catalizadores para pensar en nuevas maneras, y re-imaginar cómo nuestra sociedad debe ser, y hacerlas mejor. 

Ya hay una evolución que se está llevando a cabo dentro de Cuba, un cambio generacional. Muchos han sugerido que vengo aquí para pedir al pueblo cubano que destruya algo; pero yo me dirijo a los jóvenes de Cuba quienes alzarán y construirán algo nuevo. El futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano.

Y al presidente Castro –a quien le agradezco que esté aquí hoy─ quiero que sepa, creo que mi visita demuestra que no tiene por qué temer una amenaza de los Estados Unidos. Teniendo en cuenta su compromiso con la soberanía y la autodeterminación de Cuba, también estoy seguro de que no tiene que temer las diferentes voces del pueblo cubano –y su capacidad para hablar, y reunirse, y votar por sus líderes. De hecho, tengo la esperanza para el futuro porque confío en que el pueblo cubano tomará las decisiones correctas.

Y mientras las toman, también estoy seguro de que Cuba podrá seguir desempeñando un papel importante en el hemisferio y en todo el mundo – y mi esperanza es que ustedes pueden hacerlo como un socio de Estados Unidos.

Hemos desempeñado papeles muy diferentes en el mundo. Pero nadie debe negar el servicio que miles de médicos cubanos han prestado a los pobres y a los que sufren. El año pasado, los trabajadores sanitarios estadounidenses –y las fuerzas militares de EE. UU.– trabajaron hombro a hombro con los cubanos para salvar vidas y acabar con el ébola en África Occidental. Creo que deberíamos continuar con ese tipo de cooperación en otros países.

Hemos estado en el lado contrario de muchos conflictos en el continente americano. Pero hoy día, los estadounidenses y los cubanos están sentados juntos en la mesa de negociación, y estamos ayudando a los colombianos a resolver una guerra civil que se arrastra desde hace décadas. Ese tipo de cooperación es bueno para todos. Le brinda esperanza a todos en este hemisferio.

Tomamos diferentes pasos en nuestro apoyo al pueblo de Sudáfrica para acabar con el apartheid. Pero el presidente Castro y yo pudimos estar allí en Johannesburgo para rendir homenaje al legado de gran Nelson Mandela. Y al examinar su vida y sus palabras, estoy seguro de que ambos nos damos cuenta de que tenemos mucho trabajo por hacer – para reducir la discriminación basada en la raza en ambos países. Y en Cuba, queremos que nuestro compromiso ayude a animar los cubanos que son de ascendencia africana, que han demostrado que no hay nada que no puedan lograr cuando se les da la oportunidad. 

Hemos sido parte de diferentes bloques de naciones en el hemisferio, y seguiremos teniendo profundas diferencias sobre la manera de promover la paz, la seguridad, la oportunidad y los derechos humanos. Pero a medida que se normalizan nuestras relaciones, creo que eso puede ayudar a fomentar un mayor sentido de unidad en el continente americano –todos somos americanos.

Desde el inicio de mi mandato, he instado a los pueblos del continente americano a dejar atrás las batallas ideológicas del pasado. Vivimos en una nueva era. Sé que muchos de los problemas de los que he hablado carecen del drama del pasado. Sé que parte de la identidad de Cuba es su orgullo de ser una nación isleña pequeña que podría luchar por sus derechos y agitar el mundo.

Pero también sé que Cuba siempre destacará por el talento, el trabajo duro y el orgullo del pueblo cubano. Ese es su fortaleza. Cuba no tiene que ser definido por estar en contra de los Estados Unidos, al igual que los Estados Unidos no tiene que ser definido por estar en contra de Cuba. Tengo esperanza para el futuro debido a la reconciliación que está teniendo lugar entre el pueblo cubano.

Sé que para algunos cubanos de la isla, puede existir la sensación de que los que se fueron de alguna manera apoyaban el viejo orden en Cuba. Estoy seguro de que hay una narrativa persistente cual sugiere que los exiliados cubanos ignoraron los problemas de la Cuba pre-revolucionaria y rechazaron la lucha de construir un nuevo futuro. Pero les puedo decir hoy que muchos exiliados cubanos llevan consigo el recuerdo de una dolorosa y, a veces, violenta separación. Aman a Cuba. Una parte de ellos aun considera este su verdadero hogar. Es por eso que su pasión es tan fuerte. Es por eso que la pena en sus corazones tan grande. Y para la comunidad cubano-americana que he llegado a conocer, esto no se trata solo de política. Se trata de la familia: el recuerdo de una casa que se ha perdido; el deseo de reconstruir un lazo roto; la esperanza de un futuro mejor, la esperanza del regreso y la reconciliación.

Por toda la política, las personas son personas; y los cubanos son cubanos. Y he venido aquí –he viajado esta distancia– sobre un puente construido por los cubanos a ambos lados del Estrecho de la Florida. Primero llegué a conocer el talento y la pasión de los cubanos de Estados Unidos. Y sé que han sufrido más que el dolor del exilio: saben lo que se siente al ser un extraño, al luchar, al trabajar más duro para asegurarse de que sus hijos puedan llegar más lejos en los Estados Unidos.

Así que la reconciliación de los cubanos –los hijos y nietos de la revolución, y los hijos y nietos del exilio– es fundamental para el futuro de Cuba.

Se puede ver en Gloria González, que viajó aquí en 2013, por primera vez después de 61 años de separación, y fue recibida por su hermana Llorca. “Tú me reconociste, pero yo no te reconocí”, le dijo Gloria a su hermana después de abrazarla. Imagínense, después de 61 años.

Se puede ver en Melinda López, que vino a la vieja casa de su familia. Y mientras caminaba por las calles, una anciana la reconoció como la hija de su madre, y se puso a llorar. La llevó a su casa y le mostró un montón de fotos que incluían la foto de bebé de Melinda, que su madre le había enviado hacía 50 años. Melinda comentó más tarde: “Tantos de nosotros estamos recibiendo tanto ahora”.

Se puede ver en Cristian Miguel Soler, un joven que fue el primero de su familia en viajar aquí después de cincuenta años. Al conocer a sus parientes por primera vez, comentó: “Me di cuenta de que la familia es la familia sin importar la distancia que exista entre nosotros”.

A veces los cambios más importantes comienzan en lugares pequeños. Las mareas de la historia pueden dejar a las personas en situaciones de conflicto, exilio y pobreza; se necesita tiempo para que esas circunstancias cambien. Sin embargo, el reconocimiento de una humanidad común, la reconciliación de las personas unidas por lazos de sangre y una creencia del uno en el otro –ahí es donde comienza el progreso. Entendiendo, escuchando, y perdonando. Y si el pueblo cubano se enfrenta junto al futuro, será más probable que los jóvenes de hoy puedan vivir con dignidad y alcanzar sus sueños aquí mismo en Cuba.

La historia de Estados Unidos y Cuba abarca revolución y conflicto; lucha y sacrificio; retribución y ahora reconciliación. Ha llegado el momento de que dejemos atrás el pasado. Ha llegado el momento de que juntos miremos hacia el futuro –un futuro de esperanza.

Y no será fácil, y habrá reveses. Tomará tiempo. Pero mi visita aquí a Cuba renueva mi esperanza y mi confianza en lo que hará el pueblo cubano. Podemos hacer este viaje como amigos, y como vecinos, y como familia – juntos. Sí se puede. Muchas gracias. 

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Obama pronunció este discurso el 22 de marzo del 2016 en el Gran Teatro de la Habana, Cuba.

Gracias. Muchas gracias. Muchas gracias. Muchas gracias. 

Presidente Castro, el pueblo cubano, muchas gracias por la cálida bienvenida que he recibido, que mi familia ha recibido, y que nuestra delegación ha recibido. Es un extraordinario honor estar hoy aquí.

Antes de comenzar, si me lo permiten,...

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Barack Obama

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