Donde no llega la gentrificación. La colonia del Pico del Pañuelo
Un grupo de bloques de viviendas frente al centro cultural Matadero de Madrid resiste al encarecimiento de la vida de los barrios aledaños
Francisco Pastor 24/03/2016
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Al toparse con los grandes muros amarillos de la madrileña colonia del Pico del Pañuelo, Ángeles zozobra. Ha advertido a tres hombres extranjeros, de pie y hablando en voz baja entre ellos, en aquella calzada desprovista de comercios y repleta de locales abandonados. “No quiero líos”, murmura, y desanda parte de su recorrido por el paseo de las Delicias. Ese triángulo compuesto por nueve calles, 74 edificios y 1.585 viviendas, aunque a pocos pasos del centro cultural Matadero y de los nuevos jardines del río Manzanares, ha supuesto puntualmente la sensación de algún reportaje de sucesos. Y de otros rumores de barrio que esta madrileña de 51 años lleva escuchando desde que era una adolescente.
Los padres de Ángeles llegaron a la colonia cuando ella era un bebé, a mediados de los 60, y compraron uno de aquellos apartamentos levantados a finales de la dictadura de Primo de Rivera. Encajados en 50 metros cuadrados estaban tres dormitorios, un aseo, un salón y una cocina independiente, donde cupieron el matrimonio y las cinco hermanas de la familia. “No había un solo palmo desaprovechado en la casa”, recuerda la penúltima de la camada. Aunque su padre era joyero, estos edificios pretendían alojar a los trabajadores del matadero, puesto en marcha en 1924. Han pasado dos décadas desde que allí dejaran de sacrificarse animales y diez años desde que un centro cultural ocupase aquellas dependencias.
En el proyecto firmado en 1927 por el arquitecto Fernando de Escondrillas, miembro del Ayuntamiento de Madrid, las notas figuran con tinta junto al dibujo de las manzanas: casas baratas. En un principio, serían viviendas públicas y destinadas al alquiler. Tras la guerra civil, algunos de estos edificios inspirados en la arquitectura racional holandesa, austriaca o alemana pasaron a ser parte del botín que el franquismo repartió entre sus allegados; esencialmente, militares. A solo una manzana del paseo de la Chopera, repleto de terrazas al aire libre que esperan a los visitantes del nuevo Matadero, se amontonan los barracones y contenedores de obra de la constructora OHL. Aquella colonia tardó dos años en pasar del papel al hormigón, aunque las reformas que algunos propietarios acometen en sus bloques parecen “no acabar nunca”, apunta algún vecino.
Encajados en 50 metros cuadrados estaban tres dormitorios, un aseo, un salón y una cocina independiente
El arquitecto también firmó la colonia La Regalada, junto al Retiro, o el llamado barrio de Hotelitos, en Chamartín; ambos, compuestos por viviendas unifamiliares que contaran también con un pequeño jardín. Estaban pensados para la clase trabajadora, pero hoy componen algunos de los entramados con el nivel de vida más elevado de Madrid y de España. Lo contrario ocurre al llegar, en cambio, al Pico del Pañuelo. En uno de estos bloques de cuatro alturas, uno de los vecinos más jóvenes paga alrededor de 600 euros por el alquiler mensual de un ático de dos dormitorios. A pesar de las inauguraciones y el comercio atraído por el nuevo Matadero, los 2.355 euros por metro cuadrado que vale un piso en el barrio de La Chopera –el que enmarca la colonia– suponen casi la mitad del precio que este tenía hace diez años.
Solo el paseo de las Delicias separa este lugar, el más barato del distrito, de los edificios de obra nueva del barrio de Legazpi, el más caro de Arganzuela, en el que el metro cuadrado vale mil euros más que en La Chopera. La arquitecta Irene R. Lorite, experta en procesos de gentrificación, recuerda el ajardinamiento del río, pero también el “mal llamado” Mercado de Motores. Un domingo al mes, diseñadores, artistas y toda suerte de profesionales liberales venden sus trabajos en la antigua estación de tren de Delicias: un desfile de jóvenes con gorros de lana, camisas de cuadros y cuidados bigotes que también puebla los restaurantes a las puertas del reconvertido Matadero. Como Ángeles, ni ellos ni los locales en los que consumen parecen cruzar a donde sí lo hacían, sin mayor ceremonia, los peones de la industria cárnica.
Décadas de contraste
“El distrito ha estado en el punto de mira de los pelotazos urbanísticos desde mediados del siglo pasado, cuando se retiraron las fábricas y se abrieron otros comercios. Se quiere mostrar al barrio como una alternativa cultural y moderna, en ningún lugar de bajo standing”, apunta Lorite. Una vez más, la frontera son los vistosos muros amarillos del Pico del Pañuelo, y Ángeles señala la bodega abandonada en la que, cuando era pequeña, se reunían los vecinos, así como la tienda de ultramarinos en la que su madre hacía la compra. Los 80 le traen otros recuerdos: en la plaza principal de la colonia hubo que cerrar la guardería, ya que había quienes se inyectaban heroína allí, frente a los niños. “La movida se lo llevó todo”, recuerda, aunque reitera que ella nunca encontró ningún susto entre las calles en las que creció.
Dirigida por el vecino Juanjo Díaz y disimulada en uno más de los pisos amarillos, la residencia cultural Pico del Pañuelo invita a artistas y arquitectos a visitar la colonia y, en muchos casos, a estudiarla. “Estas calles son especiales. Caminan más despacio que los barrios de alrededor”, anota el gestor. Lorite apunta a otras comunidades profesionales de Madrid, como el parque Móvil: el conjunto de apartamentos de Chamberí cercado por una gran valla y levantado tras la guerra civil, que alojaba a los chóferes de las autoridades; bajo los pisos, dormía el garaje donde estos aparcaban los coches oficiales. “Como en la colonia del Pico del Pañuelo, quienes vivían allí se sentían en un pequeño pueblo. Había un acoplamiento estructural, todos se conocían y ocupaban el mismo lugar en el orden laboral y social y, por tanto, compartían un espacio físico”, reflexiona Lorite.
Dos calles permanecen tapiadas; según unos, por salubridad. Según otros, para prevenir la delincuencia
Vallado y cerrado con llave permanece el único parque infantil del Pico del Pañuelo, propiedad del Ayuntamiento, a pesar de que hace cinco años la Junta de Arganzuela –órgano municipal y soberano del distrito, al lado del Matadero y frente a la colonia– se comprometió a devolverlo al público. La iniciativa, presentada por los socialistas, no buscaba la retirada de la verja; pedía que personal municipal abriera la plaza por la mañana y lo limpiara y lo cerrara por la noche. El parque se había cercado, recuerda Díaz, “por problemas de agujas”. A la actual concejala del distrito, Rommy Arce, le sorprende conocer que los niños de la colonia encuentran una valla y un candado de camino a los columpios y toboganes del Pico del Pañuelo.
También lamenta las verjas Guillermo, barrendero, que recoge latas de cerveza y vidrios de entre los arbustos, aunque reitera que el barrio está más limpio hoy que hace cuatro años, cuando llegó. Tampoco se ven las zapatillas que, como denunciaban las asociaciones, los camellos colgaban del cableado de la colonia; así anuncian los puntos de intercambio de droga. Dos calles permanecen tapiadas, y Díaz alude a los recuerdos de algunos vecinos: se convirtieron en insalubres cuando empezaron a acumularse allí los residuos. Algunos de los arquitectos de su residencia intuyen que se sellaron para prevenir la delincuencia. Para otros residentes, estos tramos muertos no son más que los patios de sus casas.
Los problemas cambian
Hoy, las llamadas de los residentes a la policía lamentan los ruidos, la suciedad y las peleas que, en ocasiones, ocurren junto a los bares. Según Díaz, quienes visitan la colonia como parte de su proyecto cultural rara vez comentan haberse sentido inseguros por sus calles, aunque sí anota verse rodeado de “comercios de monocultivo, a los que rara vez acuden los vecinos, y dirigidos a los jóvenes de fuera”. El gestor echa en falta la churrería donde hoy un estudio de arquitectura contrasta con el abandono del resto del barrio. Todos los edificios de la colonia figuran con un grado de protección tres en el cátalogo municipal; el mismo del que gozan las viviendas, por ejemplo, del señorial barrio de Recoletos.
Bajo los apartamentos del Pico del Pañuelo, los locales que miran hacia las grandes vías, como el paseo de las Delicias o el paseo de la Chopera, alojan sucursales de bancos, mostradores de telefonía móvil, restaurantes o, incluso, alguna tienda de comercio justo. Entre los locales vacíos de la colonia asoman alrededor de tres peluquerías y unos cinco o seis bares que, aunque bajo el atuendo de un café de barrio, permanecen cerrados de día. En un muro se acumulan carteles de colores, en los que dibujos de mujeres en bikini anuncian festivales y maratones de música latina. Y latina, y de mediana edad, es una de las vecinas de la colonia, que cuenta que prefiere no salir de casa por las tardes.
La Chopera, el barrio que enmarca la colonia del Pico del Pañuelo, forma parte de la lista de lugares vulnerables del Ayuntamiento de Madrid
Entre los residentes, anota Díaz, cunde la certeza de que los comerciantes incumplen sus permisos, pertenecen al mismo dueño y, ya sean salas de fiesta o peluquerías, persiguen el mismo fin: encubrir un entramado de pisos de prostitución. Ángeles escuchó una historia similar en la pequeña pantalla, y reconoció las calles por las que solía caminar junto a sus amigas. La edil ha pedido al Ayuntamiento un informe sobre las licencias de la colonia, y ha reclamado a la policía más presencia en ella. Hasta ha hablado con la embajada de la República Dominicana; de allí son los dueños de los locales sobre los que tantos rumores corren: “Hay inseguridad ciudadana, aunque la mayoría de las quejas son sobre los bares. El ruido rebota mucho entre estas paredes”.
Los trabajos de los arquitectos en la residencia Pico del Pañuelo dan cuenta de la singularidad de estos edificios: la colonia cuenta con espacios verdes, pero la mancha ocupada por los apartamentos es mayor de la habitual en bloques de cuatro alturas. En sus muros se aprecia la ropa tendida y dos vecinas conversan, de ventana a ventana –y con timbre castellano–, sobre qué van a vestir esa noche de martes. Parte de los proyectos que Díaz quiere poner en marcha, a través del espacio cultural que fundó hace ya cuatro años, tratarán de recuperar esa cultura de la comunidad que, con el paso del tiempo, se ha perdido. Arce habla de talleres de empleo, y confía en que estos “actuarán sobre el paisaje urbano”. La tasa de paro en La Chopera, del 11,07%, supera notablemente la de Arganzuela (8,74%) y, con algo menos de ventaja, la de Madrid (10,24%).
Unos pasos habituales
El barrio que enmarca la colonia del Pico del Pañuelo forma parte, de hecho, de la lista de lugares vulnerables del Ayuntamiento de Madrid. Así, recibirá unos fondos especiales que la concejala del distrito querría destinar, entre otros, a los emprendedores que alojen sus comercios en aquellas pequeñas calles. La concejala proyecta ludotecas para niños, espacios públicos donde puedan coincidir los vecinos y mediación sociocultural, a fin de evitar que los desencuentros en la convivencia devengan en discursos xenófobos. El porcentaje de personas extranjeras empadronado en La Chopera, del 13,3%, es más alto que en Arganzuela (9,6%) y en Madrid (12,2%). Más de la mitad de la población inmigrante del distrito, apunta la concejala, es latinoamericana.
“No es solo la arquitectura, sino también los relatos de la criminalidad, a veces manchados de xenofobia, los que aíslan la colonia. Son los mismos malos titulares que preceden a la recalificación. Ocurrió en Chueca, Malasaña y, más tarde, en Lavapiés”, apunta Lorite. En Legazpi, los nuevos bloques de apartamentos albergan piscinas, saunas y gimnasios en sus espacios comunes, y los locales alojan restaurantes acristalados con recetas de todas partes del mundo. Allí, un cartel anuncia el alquiler de una vivienda de un dormitorio por 960 euros al mes. Quizá Arce, miembro de Anticapitalistas –un grupo de Podemos–, trufe otro modelo de desarrollo para las casas amarillas del Pico del Pañuelo. Ángeles oye caer los tabiques del piso contiguo; su dueño, que no vive allí, lo está convirtiendo en un estudio.
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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