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Documentos CTXT / Editorial The Nation

Sanders for president

Con integridad y principios, el senador de Vermont está llamando a los estadounidenses a una revolución política

THE NATION / Traducción: Sebastiaan Faber 23/01/2016

<p>Bernie Sanders durante un acto de campaña en King Irving Park, Iowa.</p>

Bernie Sanders durante un acto de campaña en King Irving Park, Iowa.

Phil Roeder

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Hace un año The Nation, preocupado por la exclusión de los ciudadanos de a pie del proceso de la nominación presidencial, argumentaba que unas primarias vigorosamente disputadas serían beneficiosas para los candidatos, para el Partido Demócrata y para la democracia estadounidense. Dos meses más tarde, el senador Bernie Sanders lanzó formalmente una campaña que ya ha transformado la política de la carrera presidencial de 2016. Galvanizados por sus demandas de justicia económica y social, cientos de miles de estadounidenses han acudido en masa a sus mítines, y más de un millón de pequeños donantes han ayudado a que su campaña hiciera añicos los récords de recaudación y que se rompiera el dominio sobre el proceso de nominaciones del dinero empresarial. El llamamiento de Sanders a hacer reformas fundamentales —sanidad universal, educación universitaria gratuita, un salario mínimo de 15 dólares la hora, la división de los grandes bancos, asegurar que los ricos paguen una parte justa de los impuestos— ha inspirado a la gente trabajadora en todo el país. Su respuesta valiente ante la crisis climática ha atraído a legiones de votantes jóvenes, y su política exterior, que prefiere la diplomacia a los cambios de régimen, resuena poderosamente en ciudadanos cansados de la guerra. Pero lo más importante es que Sanders ha usado su insurgente campaña para decirles a los norteamericanos la verdad sobre los retos que se nos presentan. Ha convocado al pueblo a una “revolución política”, argumentando que los cambios que nuestro país necesita tan desesperadamente solo se pueden realizar si arrebatamos nuestra democracia de las garras corruptas de los banqueros de Wall Street y de los multimillonarios.

Creemos que tal revolución no solo es posible sino necesaria, y por eso respaldamos a Bernie Sanders como candidato presidencial. Esta revista rara vez expresa su apoyo explícito a candidatos en las primarias demócratas (lo hicimos solo dos veces: a Jesse Jackson en 1988 y a Barack Obama en 2008). Si lo hacemos ahora es porque nos mueve la conciencia de que nuestro amañado sistema solo funciona para unos pocos y no para la mayoría. Los estadounidenses están despertando a esta realidad, y están exigiendo un cambio. Esta comprensión anima tanto las primarias republicanas como las demócratas, aunque ha empujado las dos carreras en direcciones totalmente diferentes.

En el núcleo de esta crisis se encuentra la desigualdad, tanto económica como política. Estados Unidos se ha convertido en una plutocracia en la que, como dice Sanders, “no solo hay una riqueza masiva y una desigualdad económica, sino una estructura de poder que protege esa desigualdad”. La clase media de Estados Unidos ha desaparecido, mientras la brecha entre ricos y pobres ha llegado a los extremos de la Edad Dorada (Gilded Age) de finales del S XIX. La recuperación que siguió a la caída económica de 2008 no ha sido compartida. De hecho, en Estados Unidos estos días parece que ya nada se comparte: ni la prosperidad, ni la seguridad, ni siquiera la responsabilidad. Mientras millones de estadounidenses lidian con las consecuencias de un cambio climático catastrófico, las compañías de combustibles fósiles promueven a los escépticos del clima para que puedan seguir beneficiándose de la destrucción del planeta. Mientras los estadounidenses se han cansado de la guerra sin fin, el complejo militar-industrial y sus animadores siguen promoviendo las intervenciones imprudentes que han drenado nuestro país, dañado nuestra reputación en el extranjero y creado una tormenta perfecta de despilfarro, fraude y abusos en el Pentágono. Mientras los estadounidenses de todas las tendencias ideológicas reconocen la necesidad de una reforma del sistema de justicia penal, la policía sigue matando a hombres, mujeres y niños afroamericanos, y continúan las encarcelaciones en masa, prácticamente sin disminuirse.

Los estadounidenses están hartos y han pasado a la resistencia activa. Tomadas de forma aislada, la lucha por el salario mínimo de 15 dólares, el movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan), el movimiento por la justicia climática, el movimiento por los derechos de los inmigrantes, la campaña a favor de un impuesto a las transacciones financieras y el empuje renovado para la sanidad universal pueden parecer luchas no relacionadas entre sí. Vistas en conjunto, sin embargo, constituyen un coro creciente de indignación ante un gobierno que atiende a las demandas de los súper-ricos mientras ignora las necesidades de la mayoría. Comparten la furia ante una política presa de intereses particulares y de las grandes fortunas, donde la corrupción generalizada se burla de la noción misma de la democracia.

En Bernie Sanders, estos movimientos por la igualdad y la justicia han encontrado un aliado y un paladín. A diferencia de los demagogos de la derecha que explotan estas crisis para fomentar la división, el senador de Vermont se ha nutrido de una orgullosa tradición democrática y socialista para resucitar la noción simple pero potente de la solidaridad. Debemos atendernos los unos a los otros, dice Sanders, no atacarnos (“turn to each other, not on each other”), debemos unirnos para cambiar la política corrupta que nos está robando a todos. La financiación de su campaña refleja este compromiso, ya que rechaza el apoyo de los superPACS empresariales y confía, en cambio, en millones de donantes de base. Gracias a la integridad de su campaña, solo Sanders tiene el potencial de unir a los movimientos emergentes de todo el país en una demanda clamorosa, irresistible por un cambio sistémico de la política.

Durante más de tres décadas, Bernie Sanders ha desafiado las probabilidades políticas, al mismo tiempo que ha sido un defensor consistente de ideas y temas que llevaban mucho tiempo fuera del mapa político —cada vez más reducido—de nuestro país. Como alcalde de Burlington, lideró la lucha para mantener la orilla del lago Champlain abierta al pueblo y organizó la reconstrucción sostenible del centro de la ciudad, presentando siempre presupuestos equilibrados. En la Cámara de Representantes de EE.UU., ayudó a organizar el Caucus Progresista del Congreso y reunió el apoyo para enmiendas que protegían las pensiones y ampliaban los centros de salud comunitarios. En el Senado, se opuso de manera elocuente a los abusos de la vigilancia, a las guerras optativas, a la desregulación de los bancos y a los rescates para multimillonarios. Su eficaz presidencia del Comité Senatorial de Asuntos sobre Veteranos le ha valido elogios de los dos grandes partidos.

Si bien creemos que Sanders sería un gran presidente, sabemos que su camino hacia la Casa Blanca será difícil. Al cierre de esta edición, tiene posibilidades de triunfar en Iowa y New Hampshire, al mismo tiempo que, a nivel nacional, está ganando terreno a Hillary Clinton, que lidera las encuestas. Su mensaje económico populista resuena en muchos progresistas y votantes jóvenes, pero aún tiene que generar un apoyo más profundo entre votantes afroamericanos, latinos y asiático-americanos, que constituyen segmentos centrales del Partido Demócrata.

Dicho esto, su campaña está abierta a la necesidad de construir una coalición más amplia. Y en Sanders, los demócratas tienen a un candidato del que cabe decir que no hay trecho entre dicho y hecho: un manifestante por los derechos civiles en la década de 1960 con un historial coherente de apoyo a la justicia racial, la igualdad de la mujer y los derechos LGBT. Y también tienen a un candidato que ha mostrado la voluntad de escuchar y aprender: desde que fue desafiado a comienzos de su campaña por parte de activistas del movimiento Black Lives Matter, Sanders ha esbozado una audaz agenda para llamar a la policía a rendir cuentas, reducir el encarcelamiento masivo y reformar la discriminatoria legislación contra las drogas.

Los votantes pueden confiar en Sanders porque no debe su carrera política a los amos financieros del status quo. Liberado de estas cadenas de intereses particulares, puede tomar las medidas audaces que el país necesita. Solo Sanders propone dividir los bancos considerados “demasiado grandes para caer” (too big to fail); invertir en la educación pública, desde la educación preescolar universal a la educación universitaria pública gratuita; y romper el poder de los cárteles de las compañías de seguros y las farmacéuticas con las reformas de “Medicare para Todos”. Solo él propone empoderar a los trabajadores con un salario digno. Solo él está dispuesto a poner a los estadounidenses a trabajar para reconstruir nuestra infraestructura en ruinas, y para enfrentar el cambio climático convirtiendo a Estados Unidos en un líder en energía renovable. Su audaz agenda demuestra que el impacto del dinero en la política no amplía el debate; más bien, estrecha los márgenes de lo posible. Sanders entiende esto, pero tememos que no es el caso de su principal rival por la nominación demócrata.

Hillary Clinton es una candidata que combina una experiencia sin parangón con la inteligencia, la determinación y la fuerza. Ha respondido al temperamento populista de los tiempos: ha cuestionado el tipo de acuerdos de libre comercio que Bill Clinton y Barack Obama han defendido; ha pedido reformas en Wall Street y abogado por la subida de impuestos a los ricos; ha sido valiente en su defensa del Planned Parenthood (la organización nacional de planificación familiar); ha desafiado la National Rifle Association (la asociación nacional de defensa de los propietarios de armas de fuego); y ha apoyado a los sindicatos. Si resultara nominada, sería muy preferible a cualquiera de los extremistas que se presentan para la nominación del Partido Republicano (como también lo sería el ex gobernador de Maryland, Martin O’Malley). Entendemos que es crucial mantener la presidencia alejada de manos republicanas, sobre todo cuando al próximo presidente le tocará modificar la composición de la Corte Suprema. Y no se puede negar que si saliera elegida, Clinton haría añicos el más grueso de los techos de cristal y defendería los derechos de las mujeres como ningún otro presidente hasta la fecha.

Pero los límites de una presidencia de Clinton son claros. Su discurso sobre la necesidad de encontrar terreno compartido con los republicanos y buscar acuerdos para “lograr resultados” en Washington no traerá el cambio que se necesita tan desesperadamente. Clinton no ha descartado subir la edad de jubilación para fines de Seguridad Social, y su plan no acaba de aumentar los beneficios para todos. Clinton rechaza la sanidad universal y se niega a considerar dividir los grandes bancos. También tememos que pudiera aceptar un “gran acuerdo” presupuestario con los republicanos que consolidaría las políticas de austeridad para las próximas décadas.

En política exterior Clinton es sin duda avezada, pero su experiencia no le ha valido para evitar equivocarse. Clinton dice ahora que su voto de 2002 para autorizar la invasión de Irak de George W. Bush fue un error, pero al parecer aprendió poco de él. Clinton fue una destacada defensora de derrocar a Muamar El-Gadafi en Libia, una acción que dejó un Estado fallido que proporciona a ISIS una base alternativa. Clinton apoyó los llamamientos de Estados Unidos para ayudar a derrocar a Bashar El Assad en Siria, una forma de proceder que ha añadido más leña a una terrible guerra civil. Ahora Clinton aboga por una confrontación con Rusia en Siria, proponiendo que se cree una zona de exclusión aérea. Su apoyo para el acuerdo nuclear del presidente Obama con Irán se vio empañado por su rechazo explícito de una mejora de las relaciones con ese país y sus promesas belicosas de proveer a Israel con más armas. Si sale elegida, Clinton será otra “presidente de guerra” en un momento en que lo que Estados Unidos necesita desesperadamente es la paz.

El enfoque de Sanders es diferente y mejor. El senador no ha hablado tanto como nos gustaría sobre los desafíos y las oportunidades globales, y le instamos a centrarse más en la política exterior. Pero lo que ha dicho (y hecho) inspira confianza. Como opositor a la guerra de Irak desde el principio, critica la noción de “cambio de régimen” y la presunción de que Estados Unidos debe servir de policía mundial. Rechaza una nueva Guerra Fría con Rusia. Apoya el acuerdo nuclear con Irán, y se dedicaría con energía renovada al desmantelamiento de los arsenales nucleares y a la no proliferación. Ha sido durante mucho tiempo un defensor de la normalización de las relaciones con Cuba y de la reactivación de una política de buena vecindad en el hemisferio occidental. La política exterior de Sanders también crearía las condiciones para la reconstrucción de una prosperidad ampliamente compartida en el ámbito doméstico. Sanders lideraría un esfuerzo internacional para poner fin a la paralizante austeridad que amenaza con desatar una nueva recesión global, y lucharía por un “New Deal verde” para combatir el cambio climático. Y como líder de la oposición al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, desharía el régimen comercial definido por las grandes empresas que ha devastado a la clase media estadounidense.

Los críticos de Bernie Sanders lo descartan como un idealista (¡lo es!) que ha emprendido una cruzada quijotesca. Mientras tanto, los medios corporativos han prestado vergonzosamente poca atención a los logros de su campaña, al mismo tiempo que vierten una atención desmesurada sobre las últimas declaraciones escandalosas de Donald Trump y los candidatos republicanos que luchan por competir con él. No obstante, las encuestas muestran que Sanders —aunque se está presentando por primera vez a muchos votantes— está bien preparado para enfrentarse con el candidato que salga nominado por el Partido Republicano, sacando con frecuencia mejores resultados que Clinton en los enfrentamientos individuales. Por otra parte, a diferencia de las audiencias modestas en las paradas de campaña de Clinton, las enormes multitudes que acuden a los mítines grassroots de Sanders indican que será capaz de incentivar la participación electoral en noviembre.

Queda por ver si la candidatura de Sanders y la inspirada campaña que ha venido animando podrá provocar una “revolución política” lo suficientemente poderosa para ganar la nominación demócrata y la Casa Blanca este año. Lo que sí sabemos es que su candidatura ha creado el espacio para un poderoso movimiento progresista y ha demostrado que sí es posible una política diferente. Esta es una revolución que debería sobrevivir, gane quien gane la nominación.

Bernie Sanders y sus partidarios están inclinando el arco de la historia hacia la justicia. La suya es una insurgencia, una posibilidad y un sueño que respaldamos con orgullo.

Este editorial se publicó el 14 de enero en The Nation.
Traducción de Sebastiaan Faber.

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