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De la ideología del bienestar al hygge. Confieso que hasta ayer jamás había escuchado esa palabra. La leí en El Confidencial, a propósito de una supuesta nueva fiebre que viven los ingleses: tratar de alcanzar la felicidad a través de la costumbre danesa llamada hygge, un sustantivo de imposible traducción literal, aunque a los españoles seguro que su significado les suena familiar. Disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, en compañía de amigos o familia: beberse una cerveza al sol en verano o tomarse un café calentito bajo una manta en el sillón en invierno viendo una película o comerse un trozo de tarta a dos carrillos con tus amigos sin fustigarte porque engorda. Efectivamente, lo que tradicionalmente en los países mediterráneos llamábamos "saber vivir" o "disfrutar de la vida" o los adictos a la meditación y el zumo de espinacas llaman "mindfulness" ahora se exporta al Reino Unido vía Dinamarca bajo el nombre de hygge.
Como suele ocurrir con la prensa, tendemos a exagerar. Varios artículos sobre el tema hygge en diferentes medios británicos provocan que los corresponsales extranjeros tomen nota y escriban sobre ello. Hasta aquí todo bien, si lo dice la prensa local, habrá que pensar que es cierto, aunque a menudo, si se pregunta por la calle a quienes no han leído precisamente los medios en los que se publicó la noticia, la gente de a pie te mirará como si fueras un extraterrestre. Yo les pregunté a ocho personas de diferentes edades en dos barrios del norte y oeste de Londres y solo obtuve un "ni idea" por respuesta. Es lo de siempre. ¿Qué vino antes, el huevo o la gallina? ¿Quién creó tendencia, el artículo de un periodista al que un tema le llamó la atención, otros le imitaron y acabó convirtiéndose en tendencia o al revés?
Me hace sonreír que se hable del hygge en medios españoles porque si hay algo que seguramente nos sobra en nuestro país es la capacidad de convertir cualquier acontecimiento en un "momento hygge". O al menos eso es lo que mayoría de los españoles pensamos de nosotros mismos. Según la traductora ToveMaren Stakkestad, el hygge no sólo es una experiencia sino un estado de ánimo, y tiene también relación con el entorno: una traducción posible sería disfrutar de las pequeñas cosas de la vida en un ambiente acogedor. Quizás el pincho de media mañana con los compañeros de oficina en un grasiento bar manolo no sea precisamente un contexto hygge pero suele sentar bien. ¿Y qué hay de la comilona del domingo con el familión o de la cena en casa de unos amigos que deriva en copas y resacón? Eso sí, nos falta cultura en iluminación porque por lo visto en Dinamarca es fundamental crear ambiente, ya sea encendiendo una chimenea y dejando que tus pensamientos más oscuros se quemen en el fuego o llenándolo todo de velas. Se trata de un país-nevera y con meses de mucha oscuridad así que tiene sentido que les preocupe lo de la iluminación-buen-rollo. Pero entre la obsesión por las velas perfumadas del mundo del new age y la fiebre por encender velas y apagar esas horribles lámparas que cuelgan de muchas casas británicas cabe preguntarse si tanto artículo sobre hygge no vendrá patrocinado de tapadillo por alguna empresa. Cosas peores se ven hoy en la prensa.
Dinamarca ha figurado durante varios años en el puesto número uno de la lista de países más felices del mundo. Este año ha bajado hasta el tres. Reino Unido figura en el número 21. ¿Y España? Hay que llegar hasta el 36 para encontrarnos. ¿Cómo se mide la felicidad según la ONU? Es un cóctel estadístico en el que flotan el PIB per cápita, el apoyo social (ayuda de amigos o familiares en situaciones de emergencia), la esperanza de vida, la libertad para tomar decisiones en la vida, la generosidad de los habitantes, cuánto se ríe la gente y, ay amigos, la percepción de la corrupción. Uno pensaría que en lugares como Reino Unido, poco dados a la carcajada espontánea, no hay mucha felicidad, pero resulta que no, ellos son más felices que los españoles. Normal, su crisis fue mucho más light que la nuestra, aunque sólo el 25% de su población gane más de 30.000 libras al año, una cifra irrisoria para los precios que se manejan en el país. Pero el problema, según los gráficos que maneja la ONU, no está en el dinero.
En Dinamarca se producen más suicidios y se sufre de depresión a una escala mucho mayor que en España pero resulta que son oficialmente más felices que el resto del mundo, y eso que pagan unos impuestos astronómicos. Así que algo debemos hacer mal en nuestro país para estar incluso por detrás de Venezuela, ese lugar demonizado por la prensa occidental que figura en el puesto 23 de la lista. Sospecho, por los gráficos del informe, que si el nivel de corrupción bajara hasta los niveles de Dinamarca, los españoles seríamos oficial y extraoficialmente muchísimo más felices. Así que quizás también deberíamos de abrazar el hygge, aunque en su versión local: en España encenderle unas velas a un santo y pedirle un milagro fue un deporte nacional durante siglos. Y hoy más que nunca se necesita un milagro para sacar el país de la corrupción. Así que ya sabéis, de cara a las próximas elecciones, encargad unas velitas. O mejor, votad a algún partido que no tenga a docenas de políticos pendientes de juicio por corrupción. ¡A lo mejor hasta conseguimos un Parlamento hygge!
De la ideología del bienestar al hygge. Confieso que hasta ayer jamás había escuchado esa palabra. La leí en
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Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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