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LAND OF LINCOLN

La carrera electoral de EEUU y el Derby de Kentucky

La campaña de las presidenciales de 2016 está marcada por la influencia de las grandes fortunas, que está alcanzando cifras de récord. El sufragio estadounidense --que apenas supone el 50% de los ciudadanos-- tiene así un creciente tinte privado

Diego E. Barros Chicago , 16/09/2015

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Las presidenciales de 2012 marcan hasta el momento el récord en la factura a pagar para conseguir el ansiado sillón en el Despacho Oval. Su actual inquilino, Barack Obama, y su entonces oponente, Mitt Romney, se gastaron un total de 2.300 millones de dólares (algo más de 2.000 millones de euros) en sus respectivas campañas. En la desesperada carrera por ver quién tenía la billetera más larga ganó el republicano (1.200 millones de dólares), quien al final es hoy poco más que un recuerdo en la mente de los votantes estadounidenses. Este dato puede servir para sentenciar que el dinero no le puede comprar la presidencia (todavía) de la nación más poderosa de la tierra a nadie. Sin embargo, la realidad dice que sin ese dinero la presidencia no es más que un sueño que añadir a los muchos que pueblan la mitología del llamado país de las oportunidades.

Nadie sabe a ciencia cierta el costo que tendrán las presidenciales de 2016. Lo que se sabe es que superarán, en mucho, las cifras de hace cuatro años. El entorno de Hillary Clinton, la (a día de hoy) candidata más fuerte, ha dejado caer que su campaña saldrá por unos 2.500 millones de dólares. La pregunta que se cierne es simple: ¿de dónde sale todo ese dinero? La respuesta es más simple ―a la par que lógica e inquietante― todavía: de los millonarios, que en EE.UU. son muchos y extremadamente poderosos.  

El gran problema que semejantes cifras asociadas a las campañas políticas (pasa lo mismo en cualquier elección por pequeña que sea) han colocado encima de la mesa es hasta qué punto las fortunas más importantes de EE.UU. están marcando (por no usar otro verbo mucho más peligroso como comprar) el devenir político. Históricamente lo primero que se necesita en EE.UU. para iniciar una carrera política es dinero. Mucho. El problema es que nunca como hasta ahora esa necesidad de fondos ilimitados había sido tan determinante.

Nadie sabe a ciencia cierta el costo que tendrán las presidenciales de 2016. Lo que se sabe es que superarán, en mucho, las cifras de hace cuatro años

Buena parte de la responsabilidad recae en una polémica decisión del Tribunal Supremo tomada en 2010, según algunos, la más “miope” desde el caso de Dred Scott (en 1857, una sentencia del TS privó de ciudadanía a todo habitante de ascendencia africana, fueran esclavos o no, retirándole al Congreso la potestad de prohibir la esclavitud en territorios federales del país, lo que a la postre sería uno de los factores determinantes para el estallido de la Guerra Civil).

Aquel año, la Corte Suprema de mayoría conservadora, 5 contra 4, dictaminó que las contribuciones electorales formaban parte de la libertad de expresión, de ahí que grupos, empresas o millonarios pueden gastarse tanto como quieran en campañas electorales. La decisión vino motivada por la reclamación de Citizens United, una organización conservadora especializada en la realización de anuncios y documentales de carácter electoral.

El magistrado Anthony Kennedy escribió: “Los accionistas pueden determinar si el discurso político de una empresa avanza los intereses de esa empresa en ganar dinero y por tanto los ciudadanos pueden ver si los cargos públicos están “en el bolsillo” de los llamados intereses monetarios”.

Avalada un año más tarde en el caso SpechNow.org vs. Federal Election Commission, en teoría, partía de una buena idea: arrojar luz en la oscuridad. En la práctica suponía borrar de un plumazo el límite para que grupos de interés y multimillonarios pudieran hacer donaciones electorales a gran escala y con carácter ilimitado. Algo que no pasaba desde los tiempos del presidente Theodore Roosevelt en 1907.

La consecuencia directa de dicha decisión ha sido la de engordar sobremanera las formas por las cuales los candidatos financian su campaña, una vez que la opción pública (los contribuyentes estadounidenses pueden designar tres dólares de su declaración de la renta, vigente desde 1971) ha sido descartada por todos los contendientes desde que lo hiciera Obama en 2008.

Las campañas estadounidenses se financian de tres maneras fundamentales:

La forma tradicional de recaudar fondos son los llamados Comités de Acción Política (PAC, en sus siglas en inglés), grupos encargados de recaudar donaciones de particulares, sindicatos ―el poder recaudador de ambos es bastante limitado― y empresas. Pueden estar conectados o no a un determinado candidato y están sometidos a control y fiscalización por la Comisión Federal de Elecciones (en inglés, FEC). En segundo lugar están los comités de los propios partidos que están capacitados para financiarlos de forma directa.

La veda que ha abierto la decisión de 2010 ha sido la disminución del peso de las dos opciones anteriores mientras que ha propiciado la aparición de los llamados Súper PAC, organizaciones encargadas de recaudar donaciones ahora ilimitadas que se pierden en una amalgama enorme de siglas y asociaciones. La única condición que deben de cumplir es que no pueden coordinarse con partidos ni candidatos. Tienen que ir por libre. Muy bonito sobre el papel pero totalmente ajeno a la realidad, dado que abiertamente abogan no tanto por un determinado candidato como por sus principales puntos en campaña y que, generalmente, están dirigidos por excolaboradores y personas de confianza de aquellos. En las elecciones de 2012, los Súper PAC se gastaron 1.000 millones de dólares, la mayor parte procedentes de los bolsillos de un centenar de personas.

A día de hoy, más que candidatos, los aspirantes a la Casa Blanca tienen forma de caballo de carreras en manos de acaudalados dueños

A día de hoy, más que candidatos, los aspirantes a la Casa Blanca tienen forma de caballo de carreras en manos de acaudalados dueños.

Si bien en el campo demócrata ―con Hillary presionada por un Bernie Sanders que no llega a ser todavía una opción real, y sin que se concreten los cantos de sirena de una posible carrera presidencial del segundo de Obama, Joe Biden―, las cosas están aparentemente tranquilas, el verdadero Derby de Kentucky tiene lugar en la apretada lucha por la nominación republicana.

Una larga lista de nombres

Aquí, cada candidato cuenta con un gran millonario sosteniendo su campaña o un gran  Súper PAC para al menos aguantar el mayor tiempo posible en la carrera. Solo en lo que va de año ya se han gastado 400 millones de dólares. Solo hay dos excepciones que, hasta el momento, si algo han conseguido ha sido darle vidilla a la carrera y, aunque por motivos y desde ángulos diferentes, han sido los que han colocado este tema encima de la mesa: el republicano Donald Trump y el demócrata Bernie Sanders. A ambos me referiré más tarde, porque si algo compra el dinero es tiempo; ambas cosas que le han faltado al primero de los caballos en abandonar, el exgobernador de Texas, Rick Perry, quien el pasado viernes puso punto y final a su segunda intentona.

En las elecciones de 2012, los Súper PAC se gastaron 1.000 millones de dólares, la mayor parte procedentes de los bolsillos de un centenar de personas

No importa cuántas posibilidades reales se tengan para poder llegar al final del camino. El ultraconservador Rick Santorum (jamás será candidato) vuelve a contar este año con el respaldo del semidesconocido Foster Fries, un inversor cristiano evangélico conocido por sus postulados conservadores quien, intentando respaldar la oposición de Santorum a los medios contraceptivos, sostuvo que las mujeres pueden evitar quedarse embarazadas simplemente colocando “una aspirina entre sus rodillas”.

Pero si de nombres hablamos, dos destacan fundamentalmente. El primero de ellos es el magnate de los casinos Sheldon Adelson, conocido en España por ser la cabeza tras el fallido proyecto de Eurovegas en el secarral madrileño. Adelson, que posee la doble nacionalidad estadounidense-israelí, es célebre por su ferviente apoyo a las políticas del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Hipercrítico con la Administración Obama, fue uno de los principales sponsors de la agresiva intervención de Netanyahu este mismo año ante el Congreso de EE.UU., además de estar detrás del movimiento que trata de tumbar en el Capitolio el acuerdo nuclear con Irán. Su contribución a las elecciones de 2012 se cifró en 92 millones de dólares. En marzo de 2014 organizó una conferencia en su feudo de Las Vegas por la que pasaron algunos candidatos como Jeb Bush, Chris Christie, Scott Walker o John Kasich. El evento tuvo mucho de besamanos y se convirtió en un intento de los candidatos por ganarse el favor del mecenas. Christie llegó a disculparse ante el auditorio por haberse referido en alguna declaración a los “territorios ocupados”.

El magnate de los casinos Sheldon Adelson, hipercrítico con la Administración Obama, fue uno de los principales sponsors de la agresiva intervención de Netanyahu este mismo año ante el Congreso de EE.UU., además de estar detrás del movimiento que trata de tumbar en el Capitolio el acuerdo nuclear con Irán

El segundo gran nombre en esta lista de benefactores políticos es Koch. David H. y Charles G. Koch dueños de las Industrias Koch. Con una fortuna estimada en 120 mil millones de dólares (la segunda fortuna de EE.UU.) esperan invertir en esta campaña casi 900 millones ya sea directamente o vía Súper PAC, el suyo se llama Americans for Prosperity. Tal cantidad de dinero compra influencia y convierte a los Koch en un partido de hecho. El mejor ejemplo de esto es Scott Walker, octavo en el último sondeo hecho público el martes y gran marioneta en las manos de los Koch. Fueron ellos quienes sufragan buena parte de sus campañas en su Estado natal de Wisconsin del que es gobernador; solo en 2012 le dieron 300 millones para respaldar sus políticas de guerra abierta contra los sindicatos, gran caballo de batalla de estos empresarios. Hoy los sindicatos están casi desaparecidos en Wisconsin y Walker pretender hacer con el país lo mismo. El único problema es que sus políticas ultraliberales han llevado a Wisconsin al borde de la quiebra.

Pero no son los Koch los únicos que entregan dinero en espera de recibir algo a cambio. Walker cuenta con el apoyo de John Menard Jr., el hombre más rico de su Estado y dueño de una cadena de bricolaje de implantación nacional. Una investigación ha encontrado una coincidencia interesante. Menard, controvertido y objeto de numerosas denuncias medioambientales, entregó 1,5 millones a la primera campaña estatal de Walker y, curiosamente, sus empresas han sido beneficiadas de recortes de impuestos por una cantidad que ronda los dos millones.

David H. y Charles G. Koch, con una fortuna estimada en 120.000 millones de dólares (la segunda de EE.UU.), esperan invertir en esta campaña casi 900 millones ya sea directamente o vía Súper PAC

Nadie da algo a cambio de nada y el donante espera contrapartidas. Lo dejó muy claro el candidato Lindsey Graham quien es abiertamente el principal defensor de la visión del mundo de Adelson. En declaraciones recientes a The Wall Street Journal, indicó: “El mío podría ser el primer gabinete íntegramente judío en América a causa de los fondos por-Israel”. Su declaración tenía un tono jocoso pero indicaba lo importante: uno se debe a sus donantes.

Robert Mercer, dueño de un fondo de inversión neoyorquino, tiene predilección por el ultraderechista Ted Cruz. Solo en la primera semana de campaña de Cruz, el Súper PAC auspiciado por Mercer recaudó 31 millones de dólares, una cifra récord dado que superó lo recaudado en el primer cuarto de 2007 por el propio Obama. De esa cantidad, Cruz se ha gastado ya casi once.

Marco Rubio, el hispano al que su buena actuación en el primer debate le sigue manteniendo en liza pese a lo que digan las encuestas, también cuenta con su propio millonario, Norman Braman, un empresario de Miami quien ha sustituido a Jeb Bush por la joven estrella.

Es Bush, sin embargo, el que se lleva la palma en cuanto a recaudación de fondos. De los 400 millones contabilizados en esta primera mitad de 2015, el hermano e hijo de presidentes se lleva al menos unos 120. Proceden de su Súper PAC, Right to Rise, y sobre todo de otros grupos más oscuros como Right to Rise Policy Solutions. Este hecho, junto a la imagen aburrida-moderada que proyecta Bush y que tan poco gusta en unas bases republicanas echadas al monte gracias a siete años de Tea Party, ha colocado al exgobernador de Florida (tercero en las encuestas con un 7,8% de apoyo) en el centro de la diana de los ataques de la auténtica estrella de estas primarias republicanas, Donald Trump.

Lo dijo en el primer debate republicano y lo repite cada vez que puede: “Yo soy independiente, no una marioneta en manos de los empresarios”. “Creedme, soy uno de ellos, sé cómo se manejan, lo que hacen con los políticos; es hora de tener a alguien independiente y fuerte al frente”, insiste el magnate de la construcción atacando directamente el corazón de la batalla electoral estadounidense. Y sí. Lo hace porque puede.

Donald Trump dijo en el primer debate republicano y lo repite cada vez que puede: “Yo soy independiente, no una marioneta en manos de los empresarios. Creedme, soy uno de ellos, sé cómo se manejan, lo que hacen con los políticos; es hora de tener a alguien independiente y fuerte al frente”

Si algo diferencia a Trump de los demás candidatos es que no necesita deberle favores a nadie. Con una fortuna estimada en alrededor de 10.000 millones de dólares, Trump es la sal y la pimienta de unas primarias republicanas que, contra pronóstico y la tranquilidad del propio partido, sigue liderando con una amplia ventaja. Sus porcentajes se mantienen en torno al 30% y sigue manteniendo a una distancia de dos cifras a su inmediato perseguidor, el neurocirujano (y también millonario) Ben Carson.

La extraña pareja Trump-Sanders

Escribió Hunter S. Thompson: “Cuando las cosas se vuelven raras, los raros se convierten en profesionales”. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo en la carrera a las primarias republicanas y también, aunque en mayor medida, en las demócratas. No de otra forma se puede explicar el segundo puesto en las encuestas de Carson, un médico retirado y autor de dos best sellers de corte autoayuda/autobiográfico que destaca por sus posturas ultraconservadoras en lo social y por su abierta oposición al Obamacare (“Lo peor que le ha ocurrido a EE.UU. desde los tiempos de la esclavitud”, dijo, para después recular un candidato que es afroamericano). En realidad, lo suyo no conduce a ninguna parte.

Está por ver qué ocurre con Trump. Lo que en un primer momento resultó hasta divertido coge cada vez más seriedad. La semana pasada, en una jugada maestra, Trump presentó su juramento de que se mantendrá fiel a quien gane la nominación. De un plumazo obtuvo dos triunfos: asegurarse su nombre en la carrera hasta el final y desmentir a quienes dicen que no es un verdadero republicano. Y ese era precisamente Bush, a quien Trump repetidamente denomina “marioneta de los donantes”.

Sin quererlo, Trump ha colocado en el disparadero electoral la influencia de las grandes fortunas en la política estadounidense en un momento en el que las clases medias-bajas (a las que Trump se dirige constantemente) se han convertido en las principales víctimas no solo de la última crisis sino de años de políticas neoliberales sin límite. De ahí que la confianza del americano medio en sus instituciones esté a niveles subterráneos. “Más pronto o más temprano”, insiste Trump, “pedirán que les devuelvan los favores prestados”. “Yo no le debo ningún favor a nadie”, insiste quien recientemente ha anunciado su rechazo a una donación de 5 millones procedente de un fondo de inversión neoyorquino y quien está dispuesto a poner en su campaña hasta 100 millones de su propio bolsillo.

No solo los republicanos dependen de la generosidad de los más ricos. Clinton, a quien se le atraganta la campaña cada día que pasa bien por errores propios, bien por el interminable lío de los e-mails siendo secretaria de Estado, tiene más de un generoso mecenas. Es, después de Bush, la más beneficiada por la generosidad ajena. Entre ellos destacan Alice Walton, heredera de los almacenes Wal-Mart; y Marc Benioff, un empresario de San Francisco que en el pasado apoyó a Obama. Ambos grandes contribuyentes del Súper PAC Ready for Hillary que ya ha cambiado y en un intento por mantener las formas ha limitado las donaciones individuales a 25.000 dólares. El grueso de sus fondos de campaña procede de otras organizaciones como Priorities USA Action.

Bernie Sanders, autodefinido como socialista en el sentido clásico del término, carece de un Súper PAC que lo respalde y el grueso de sus donaciones procede de ciudadanos individuales. Casi 400.000 ciudadanos han contribuido ya a su campaña con una media de 31 dólares, superando el nivel de donaciones percibido por Obama en 2008

Hasta el momento Clinton ha ignorado a su principal rival en el campo demócrata. El senador por Vermont, Bernie Sanders. Sanders, autodefinido como socialista en el sentido clásico del término, carece de un Súper PAC que lo respalde y el grueso de sus donaciones procede de ciudadanos individuales. Casi 400.000 ciudadanos han contribuido ya a su campaña con una media de 31 dólares superando el nivel de donaciones percibido por Obama en 2008. Ciudadanos anónimos y, especialmente, los sindicatos. Con una campaña desde abajo y enfocada en denunciar la desigualdad creciente en la sociedad estadounidense, ha acusado a Clinton en numerosas ocasiones de ser una “representante de los intereses de Wall Street”. Poco a poco está empezando a dar sustos en las encuestas. De ahí que los círculos de la ex secretaria de Estado hayan comenzado a atacar al viejo senador con tácticas bien conocidas en Europa: ser una amenaza y tener amigos dudosos y terroristas, lo que ha provocado una rápida respuesta por parte de la campaña de Sanders.  

“Ayer [por el lunes], uno de los más prominentes Súper PACs de Hillary Clinton atacó nuestra campaña con bastante saña. Sugirieron que mi amistad con organizaciones terroristas del Medio Oriente, e incluso trataron de vincularme con un dictador comunista muerto. Era el tipo de ataque que esperaba ver desde los hermanos Koch o Sheldon Adelson, y es la segunda vez que un multimillonario Súper PAC ha tratado de detener el impulso de la revolución política que estamos construyendo juntos”, lanzó el equipo de Sanders vía e-mail.

Ricos versus “la América real”

Porque de una forma diferente a Trump, Sanders está precisamente poniendo el dedo en la llaga provocada por la creciente influencia que unos pocos ejercen en los asuntos que atañen a la mayoría. Y, de paso, es el único candidato cuya campaña gira en torno al gran ausente de los discursos de los demás: la creciente desigualdad experimentada por la sociedad de EE.UU. en los últimos años. Si algo tienen en común Trump y Sanders es el mantra que (con evidentes variaciones) repiten: el sueño americano está roto. Desde el colapso financiero de 2008 el 58% de las ganancias ha recaído del lado del 1% de los estadounidenses. Según datos de 2013, los 25 directivos de los fondos de inversión del país se repartieron 24.000 millones de dólares en beneficios. Por establecer una comparación: esa cantidad es el total de presupuesto destinado a salarios de los 533.000 profesores de las escuelas públicas del país, la mayoría de las cuales están en situación de quiebra técnica, como el Chicago Public Schools que, un año más ha comenzado el curso escolar con su convenio prorrogado y con los tambores de huelga en el horizonte de los próximos meses.

Lo cierto es que las cifras cantan y mientras la macroeconomía se sostiene, la renta anual de los hogares medios estadounidenses ha caído una media de 5.000 dólares desde 1999. Teniendo en cuenta el factor de inflación, los trabajadores americanos ganaron en 2014 una media de 783 dólares menos que hace cuatro décadas. Esto se contrapone con la otra punta de la pirámide: el 1% foco de los ataques de Sanders dispone de casi la misma cantidad de riqueza que casi un 90% restante. Solo los herederos de Wal-Mart, un imperio hecho a base de salarios mínimos, la prohibición a sus trabajadores de formar sindicatos y la venta de productos baratos a gran escala (una perpetuación de la pobreza), posee una fortuna estimada en 149.000 millones de dólares, la misma cantidad que suma el 42% del escalafón más bajo de la pirámide.

El sistema electoral estadounidense dista mucho de ser perfecto. Es una enorme maquinaria que da servicio a un país de 300 millones de habitantes con sensibilidades e intereses muy dispares. Seamos sinceros. El dinero siempre ha sido uno de los tres grandes problemas ―los otros dos son la compleja división por distritos electorales y el registro de votantes― que aquejan al sistema electoral estadounidense. Y si algo caracteriza la política en este país es que (casi) todo vale y gana el que más recursos cuenta a su favor. Antes eran los partidos los encargados de gestionar el dinero destinado a la política. Lo que ha cambiado es que los propietarios del dinero se han cansado y han decidido tomar la iniciativa. Los intereses ya no son los mismos. Si bien al final el resultado de unas elecciones depende del número de votos (la participación apenas ronda el 50%), lo cierto es que el sufragio en EE.UU. tiene un creciente tinte privado. Veremos de qué establo sale el caballo ganador.

Las presidenciales de 2012 marcan hasta el momento el récord en la factura a pagar para conseguir el ansiado sillón en el Despacho Oval. Su actual inquilino, Barack Obama, y su entonces oponente, Mitt Romney, se gastaron un total de 2.300 millones de dólares (algo más de 2.000 millones de euros) en sus...

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Autor >

Diego E. Barros

Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.

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