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TRIBUNA

Notre Dame: la luz del engaño

De las tres resistencias al “engaño universal” de la belleza, la conspiranoica es la más peligrosa porque es la más acorde con los tiempos, que son casi más antiguos que la catedral de París

Santiago Alba Rico 16/04/2019

<p>Momento en el que se derrumba la aguja de Notre Dame.</p>

Momento en el que se derrumba la aguja de Notre Dame.

Imagen de televisión

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Aguantó nueve siglos en pie; sobrevivió a la guerra de los Cien Años, a la Revolución francesa, a la comuna de París y a dos guerras mundiales. Jamás sufrió un incendio, salvo en la ficción de Victor Hugo. Y ahora, en abril de 2019, entre algoritmos y drones, ha ardido como una cerilla en pocos minutos, ¡y sin motivo!

Lo confieso: viejo y ateo, el derrumbe rojo de la aguja de Notre Dame me ha estremecido. No es nada personal. Es que era grande y decrépita; ocupaba mucho espacio y desde hace mucho tiempo; y la había mirado tanta gente distinta y tantas veces que ya la habíamos visto todos antes de mirarla, investida de mucha más objetividad que un sonido o un árbol; de mucha más objetividad que la ciudad entera.

¿Y qué? ¿Con qué derecho nos estremecemos más viendo en llamas la aguja de la catedral de Notre Dame que las casas de Gaza o de Sana –o los bombardeos de Siria o las inundaciones de Tailandia? Con el derecho que nos da la intemperie compartida. Barbarie es quemar una ciudad; civilización es el olvido trabajoso, ingenioso, muy precario, de todos los incendios. Notre Dame se ha quemado de forma tan sencilla y natural que ha desnudado de un tirón nuestra humanidad común y sus enrevesados trabajos sin reposo. El que no sienta más horror instintivo ante la destrucción de un templo concreto –o de un niño concreto– que ante la destrucción de un país o un planeta es que da por perdida la salvación de la humanidad –y por indigna su existencia. La barbarie es verdad; la civilización es engaño. La verdad destruye muy deprisa; el engaño construye muy despacio. ¿Qué construye? Construye cuerpos, vínculos, estrellas; construye en piedra, carne y madera la antigüedad de nuestra estirpe o, lo que es lo mismo, la antigüedad de nuestro futuro. (Hoy, digamos de paso, como quiera que nuestros engaños son telarañas y no ábsides, imágenes solubles y no piedras, nos hemos quedado sin futuro: y que se queme el futuro ante nuestros ojos, viejo y pesado como un elefante, no puede dejar de impresionarnos: ¡estamos viendo arder los dinosaurios!).

El que no sienta más horror instintivo ante la destrucción de un templo concreto –o de un niño concreto– que ante la destrucción de un país es que da por perdida la salvación de la humanidad

Una catedral no se quema en el tiempo sino al final de los tiempos. Su incendio es en sí mismo, en efecto, el fin de los tiempos. Nos sitúa en ese punto crepuscular desde el que, acabada ya la historia, la contemplamos a nuestra espalda –la historia– como una sucesión acelerada de ruinas. El derribo de las Torres Gemelas fue apenas un trágico gag visual que, reactivando la crónica provisionalmente dormida, se encadenó obediente a los acontecimientos del mundo; o a los del no-mundo de la civilización de Wall Street. Pero hay cosas que, si se fabrican –como todas– en el tiempo, viven y perecen fuera de él. Notre Dame tardó 107 años en levantarse y sobrevivió ocho siglos, como un filamento fósil, a todos los cambios de París. “Tardó en levantarse”, digo, porque una catedral se levanta sola; trabajosamente, pero sola. ¿Cómo? ¿Olvidamos a los miles de escultores, orfebres, peones, herreros, canteros, que durante tres generaciones se azacanaron en su construcción? Va a ser que sí. Es nuestro derecho; y también el suyo, pues trabajaron a conciencia para construir algo más grande y más duradero que sus cuerpos. La belleza de Notre Dame tiene que ver precisamente con este olvido del origen (del yunque y el barro); una vez acabada la catedral, ya nadie la hizo. Por eso, como todas las obras materiales del espíritu, nos pone en contacto con un dios o al menos con un ángel: su precariedad misma (etimológicamente asociada al latín prex-precis, ruego o rezo) ya nos indica su génesis y su destino. Conviene mirarla así: como miramos el cuerpo del amado o las hojas del fresno mecidas por el viento. Como si existiera de veras. De hecho casi todos nosotros, malvados y virtuosos, blancos y negros, de derechas y de izquierdas, miramos de este modo ciertos objetos: olvidando no sólo su origen material –sangre y mierda– sino también todos los datos adventicios –culturales, simbólicos, turísticos– que nuestro ojo ha interiorizado como fuente espuria del placer. Cuando miramos Notre Dame –o cualquier otra catedral– ni la hizo nadie ni somos nadie. Eso es la belleza, que no puede arder. ¿Cómo va a arder la capa de Dios? ¿Cómo va arder el tiempo en sus vértebras? ¿Cómo va a arder la sobada corteza de la eternidad? ¿Cómo va a arder la objetividad misma y sus manzanas?

(Los hombres comunes y gremios plebeyos –orfebres, herreros y canteros– que construyeron Notre-Dame –añadamos– nos pidieron que olvidáramos su intervención, pero nos pidieron también que conserváramos su obra. ¿No podemos imaginar su dolor, y sumarlo al nuestro, viendo cómo la sociedad del dron y el algoritmo, capaz de cazar una proteína y contarle a una célula los cabellos, ha destruido en pocas horas novecientos años de tiempo aherrojado, cincelado, acumulado?)

Si no recordamos el origen, se dirá, olvidamos la historia y eso es peligroso. Muy peligroso, es verdad, a condición de añadir enseguida: pero si recordamos solo el origen, desaparece la obra misma y eso es trágico, pues los efectos que introduce precariamente (rogando de rodillas) la belleza en la historia son aún más serios que los que introducen el esfuerzo y el dolor, incluso el esfuerzo doloroso y necesario de desenmascarar los engaños. El origen es mierda y sangre; su olvido puede ser injusto, pero es también un hijo, una casa, una república, una catedral. Que arda ante nuestros ojos sin motivo el olvido materializado que llamamos belleza nos recuerda, de golpe, su vínculo olvidado con la general fragilidad humana y sus penosos artificios contra el tiempo. Nada más frágil que lo que dura ya nueve siglos. Nada más frágil que la eternidad sujeta entre alfileres. Por eso, si había algo universalmente bello en ver la catedral de pie, hay también algo bello en esta cosa imposible –increíble– de verla arder. ¡Y sin motivo! Porque la belleza está anunciando siempre –¡del principio al final de los tiempos!– su propia destrucción. Porque la belleza –como escribía Rilke– “es solo el comienzo de lo terrible que aún podemos soportar”. Notre Dame era bella porque aguantaba el paso del tiempo; Notre Dame era bella poniendo fin al curso del tiempo. 

No nos hagamos trampas. No seamos demasiado históricos. Creo sinceramente que me afectaría mucho ver arder el Taj Mahal o la mezquita Al-Aqsa. Quizás –es cierto– menos que Notre Dame, porque yo también he sido fabricado en la historia; y mi biografía europea cuenta en mis emociones, como el pedal de un piano en la prolongación de una nota. Pero quiero creer que en el horror particular que sentiría un indio viendo arder el Taj Mahal o un musulmán viendo en llamas la mezquita de Al-Aqsa habría algo universal que nos obligaría a todos por igual y que traicionaríamos afectando una frialdad selectiva. Porque lo particular, admitámoslo, es la indiferencia. Lo particular sería, en efecto, mi relativa indiferencia; o el desdén idiosincrásico de los fanáticos y los chovinistas. 

Desconsoladora me parece por eso, mientras arde Notre Dame, la legión de los que se resisten a este engaño universal –raíz del ser humano en el tiempo– y nos restriegan su pequeña e irrefutable verdad idiosincrásica, situándose al margen de la frágil comunidad humana universal que cristaliza en la belleza y sus incendios.

Están, por ejemplo, los que consideran el horror instintivo ante las llamas de Notre Dame injusto y agravioso con los otros horrores del mundo: “Ya podíais dirigir vuestra empatía hacia algo más serio que una iglesia”. He leído este mensaje en un tuit, junto a otros parecidos, cencerros de la conciencia justiciera y ofendida. El que ve “una iglesia” en Notre Dame no tiene ojos y ve también –no sé– a Torquemada en una chimenea encendida; entrega además al Vaticano una cosa grande y vieja que ocupa mucho espacio y dura mucho tiempo; y que integra en su recinto, por eso mismo, muchos más seres humanos de los que puede matar un misil o sumergir un tsunami. Por otro lado, el que no es capaz de sentir dolor por los males del mundo –y combatirlos– sin banalizar el incendio de una cosa grande y vieja que dura mucho tiempo y que integra en su recinto a más humanos de los que caben en el mundo o puede destruir el nazismo, es que desea, más que el alivio de los dolores del mundo, señalar su propia singularidad contra la banalidad común de los sentimientos atinados. Hacen pensar en ese reproche de Juan de Mairena a los que –tras haber compartido el entusiasmo de un aplauso– se levantan y silban con todas sus fuerzas: no creáis, dice Mairena, que esos hombres silban al héroe: silban al aplauso. Los que sugieren, sí, que el que se emociona viendo arder Notre Dame no “empatiza” con otras tragedias, no sienten nada en ninguna dirección: en realidad están “silbando” sin más al consenso común. 

 Tenemos que aprender a combatir el clericalismo, el machismo, el capitalismo y el colonialismo sin renunciar al conocimiento de los archivos de piedra

Están luego los que consideran ese horror instintivo una emoción ficticia, turística, sentimental, mercantil, “occidental”. Tienen razón. Notre Dame era también una mercancía; la mayor parte de sus visitantes no tenían ni idea del gótico y, los que la tenían, es porque eran ricos, blancos y occidentales (y probablemente heterosexuales). ¡Por no hablar de la arrogancia francesa y de su autobombo publicitario y colonial! ¡Y de los horrores de la Iglesia en América! Vale. ¿Y? Incluso si fuese esa historia y sólo ésa, la que contaba la catedral de Notre Dame, hacía falta mantenerla en pie para descifrarla y relatarla y refutarla; y justificar su destrucción, o hasta regocijarse con ella, umbral de no sé qué loca liberación, condenando a sus constructores y a sus visitantes, revela esa monstruosa tentación del “cero” histórico que comparten algunos izquierdistas con el ISIS. Si no se entiende que la humanidad son también sus agarraderos en el tiempo –engaños paganos de opacidad común y lenitiva– no se puede pretender liberarla de sus crímenes y errores sin encadenarla a la letra vacía y la página en blanco (que siempre llena alguna forma de totalitarismo). Tenemos que aprender a combatir el clericalismo, el machismo, el capitalismo y el colonialismo sin renunciar al conocimiento de los archivos de piedra –ni a los hombres comunes que los construyeron y los admiran, nuestros “indígenas” europeos. En 1978, en Transformación social y creación cultural, el marxista heterodoxo Cornelius Castoriadis escribía: “Si la catedral de Notre-Dame fuera destruida por un bombardeo, nos resulta imposible no imaginar a los franceses recogiendo piadosamente los restos, tratando de llevar a cabo una restauración o dejando las ruinas tal y como están. Y actuarían sensatamente, pues más vale una minúscula esquirla de Notre-Dame que diez torres Pompidou”. 

 Y están por fin los que desean, por fanatismo ideológico o desamparo religioso, que Notre Dame haya sucumbido a un acto de maldad (preferiblemente musulmán). No aceptan la idea, para mí terrible y tranquilizadora, de que las cosas puedan arder solas. Quieren, anhelan, necesitan encontrar un culpable, actitud tan atávica y universal como una catedral, pero sin belleza alguna. El admiradísimo Ferlosio, en una conversación sobre incendios que precisamente republicó CTXT hace dos años, decía que “los hombres prefieren que sus males procedan de alguna culpable intencionalidad humana porque lo accidental, lo azaroso, es moralmente improductivo”. Y añadía: “Sólo el daño recibido de otros hombres crea valor, porque la víctima se hace acreedora de retribución y se convalida, por tanto, como “de los buenos”. Sólo la culpa humana produce lo que podríamos llamar “víctimas morales”, porque son acreedoras de venganza. La “naturaleza” o la “fortuna” son, en cambio, moralmente improductivas; producen, ciertamente, víctimas, como los muertos de la carretera, pero no, en modo alguno, lo que podríamos llamar víctimas morales”. El “malvado”, decía Ferlosio, es “popular”; e incluso –diría yo– “populista". No es extraño, pues, que sea la órbita de Vox la que trata de colar esta “pequeña e irrefutable verdad idiosincrásica”, contra la realidad misma y la belleza terrible de los incendios, para alimentar el clima bélico en el que puede recoger votos: la de una conspiración anticristiana, es decir musulmana, contra las raíces religiosas de Europa. 

En esta sociedad capitalista de drones y algoritmos no podemos creer que las cosas ardan sin motivo

De las tres resistencias al “engaño universal” de la belleza, la conspiranoica es la más peligrosa porque es la más acorde con los tiempos, que son casi más antiguos que la catedral de Notre Dame. En los años 30 del siglo pasado, el filósofo de la escuela de Frankfurt Franz Neumann escribió largamente sobre la relación entre la angustia, las teorías conspiratorias y el fascismo. En esas estamos. Se expande hoy una angustia mortal –causa y efecto del derrumbe civilizacional– que reclama a toda costa un enemigo nombrable y un linchamiento. Si en el siglo XX era fácil creer que todos los males del mundo (cuando ya los bienes habían renunciado a una autoría) eran atribuibles a alguna fuerza diabólica, hoy es casi imperativo encontrar una. En esta sociedad capitalista de drones y algoritmos no podemos creer que las cosas ardan sin motivo; y, retrasados como estamos, prisioneros de nuestros cuerpos, tampoco podemos aceptar una responsabilidad aérea y abstracta, de esquemas desbocados y redes autoplásticas. Lo único que puede tranquilizar a un “indígena” europeo es ponerle nombre, cara y fecha de caducidad al mal que nos golpea. Conocer no, etiquetar sí; recordar no, azotar sí; la belleza –y la tragedia– común no, la negación sí. 

El derrumbe rojo de la aguja de Notre Dame nos dice dos cosas sobre la crisis de civilización que estamos viviendo. La primera es que la más mercantilizada y securitaria sociedad de la historia es incapaz de conservar una catedral que había sobrevivido a mil avatares de barbarie; y que se incendia sin motivo (se suicida) como para señalar que su lentitud es incompatible con la velocidad de nuestras comunicaciones y nuestras finanzas. Eso nos dice: que lo que más se parece a un tuit, en términos de memoria, es un incendio.

En cuanto a la segunda alerta, tiene que ver con la gestión política de nuestros indígenas –que lo somos todos– de derechas o de izquierdas. Da miedo esa parte de nuestra sociedad tan ideologizada y/o tan tuitera que no siente dolor viendo la destrucción del tiempo. O que, frente a la destrucción, se refugia en otro incendio.

El derrumbe rojo de la aguja de Notre Dame, vieja señora, es el colofón y la negación del atentado contra las Torres Gemelas, novicias postmodernas. Sin motivo y sin culpables, hito puro de civilización incivilizada, su incendio es la protesta de piedra de un mundo que se autoinmola. Estamos entrando en otra historia. 

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Autor >

Santiago Alba Rico

Es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Sus últimos dos libros son "Ser o no ser (un cuerpo)" y "España".

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15 comentario(s)

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  1. Willy

    Este articulo expresa estupideces mayusculas, el autor es un fundamentalista musulman o judio

    Hace 4 años 3 meses

  2. Claudio Raúl Cruz Núñez

    Alba Rico, la Catedral no se incendió solita. Hay unas obras de restauración que necesitan un contrato de muchos años y muchos millones. ¡ Los bárbaros cara Lutecia!

    Hace 4 años 10 meses

  3. Uno

    La secuencia de acontecimientos: 1) Unos tipos que llevan tiempo buscando --sin conseguirla-- una pasta gansa para restaurar una catedral de mierda deciden provocar un incendio 2) El estado francés dice que ahora sí que pone la pela 3) Se le suman chorrocientos millonarios 4) A la gente que necesita de verdad ese dinero, pues que le sigan dando 5) Santiago Alba Rico publica un artículo en Ctxt diciéndonos que quien no se horrorice por el dichoso incendio provocado de marras es un tonto o un engreído 6) Lectores convencidos le dicen que ole ole y ole

    Hace 4 años 11 meses

  4. Pere P

    "No aceptan la idea, para mí terrible y tranquilizadora, de que las cosas puedan arder solas." Panzada de reir me he pegado con esta frase. Quien lo hizo arder? Dios? Ah fallaron las medidas anti incendios, mira que casualidad.

    Hace 4 años 11 meses

  5. Damian

    muchas ideologías extremas, muchos pensamientos filosóficas , mucho ego y razón, Elijo quedarme con la realidad. Yo vi en vivo y en directo como el país con mayor presupuesto en defensa, con sus inquebrantables agencias de seguridad e inteligencia, se quedaba quieto, inmóvil por tierra y aire viendo como !veinte minutos después! otro "avión" se estrellaba sobre la aun impoluta segunda torre. Lo veíamos como un show ,atónitos el mundo entero sin poder aun hacer conjeturas, por lo inmediato, por la sorpresa, por lo confuso. Mientras fueron pasando los años y fuimos viviendo los resultados de aquella repugnante conspiración, es que también fuimos despertando a un nuevo mundo y a la idea de que ya no podríamos volver a recuperar aquel... ahora vemos en vivo y en directo como el poderoso país de Francia no contaba con un sistema de prevención de incendios que actuase de forma mecánica e inmediata frente al caso, no contaba con un hidroavión que apagase de un solo golpe el incendio , pudimos ver durante horas como ardía Notre Dame sin ver un chorro de agua salido de la manguera de un bombero, hasta que todo estaba bien encendido ,hasta que todo fuese irrecuperable. A días de elecciones donde el repugnante Macron se apresura a decir que en cinco años la "reconstruiremos" como si el ya formase parte de eso, y sigue...que es momento en el que todo el pueblo francés se una sin importar las ideologías (ja). que esto se lo coman los filósofos, yo elijo la realidad. y parte de esa realidad es que prefiero ver arder dos Notre Dames antes que ver morir un niño de hambre.

    Hace 4 años 11 meses

  6. Damian

    muchas ideologías extremas, muchos pensamientos filosóficas , mucho ego y razón, Elijo quedarme con la realidad. Yo vi en vivo y en directo como el país con mayor presupuesto en defensa, con sus inquebrantables agencias de seguridad e inteligencia, se quedaba quieto, inmóvil por tierra y aire viendo como !veinte minutos después! otro "avión" se estrellaba sobre la aun impoluta segunda torre. Lo veíamos como un show ,atónitos el mundo entero sin poder aun hacer conjeturas, por lo inmediato, por la sorpresa, por lo confuso. Mientras fueron pasando los años y fuimos viviendo los resultados de aquella repugnante conspiración, es que también fuimos despertando a un nuevo mundo y a la idea de que ya no podríamos volver a recuperar aquel... ahora vemos en vivo y en directo como el poderoso país de Francia no contaba con un sistema de prevención de incendios que actuase de forma mecánica e inmediata frente al caso, no contaba con un hidroavión que apagase de un solo golpe el incendio , pudimos ver durante horas como ardía Notre Dame sin ver un chorro de agua salido de la manguera de un bombero, hasta que todo estaba bien encendido ,hasta que todo fuese irrecuperable. A días de elecciones donde el repugnante Macron se apresura a decir que en cinco años la "reconstruiremos" como si el ya formase parte de eso, y sigue...que es momento en el que todo el pueblo francés se una sin importar las ideologías (ja). que esto se lo coman los filósofos, yo elijo la realidad. y parte de esa realidad es que prefiero ver arder dos Notre Dames antes que ver morir un niño de hambre.

    Hace 4 años 11 meses

  7. Fu man chu

    El especialista en propaganda de la OTAN, blanqueador de fascismos genocidas viene a hablarnos de no se qué. Fu, perrillo imperialista.

    Hace 4 años 11 meses

  8. JAVIGUAL

    No sé si debe o no haber culpables, pero sí causas y consecuencias; hay que encontrarlas y preverlas respectivamente. También hay, evidentemente, un antes y un después para Notre Dame. Y, aunque el incendio suponga una pérdida, no es irreparable sino parte de la historia. Pero dejémonos de sobreactuar, aunque eso sea lo más cool de estos tiempos del fake.

    Hace 4 años 11 meses

  9. Francisca

    Simplemente magistral. Creía que filósofos e intelectuales como Alba Rico eran una especie en vías de extinción. Comparto todos sus argumentos, especialmente los referidos a “espacio, tiempo y belleza”. Gracias

    Hace 4 años 11 meses

  10. GIORDANO BRUNO

    “Lo bello es Verdad”, solemos creer por necesidad y por tradición. ¡¡¡Y qué belleza más desconcertante la de ver en llamas fortuitas semejante obra humana cargada de historia y mitología!!! El Fuego Purificador, destructor y renovador al mismo tiempo, nos ha recordado lo efímero y frágil de nuestras obras y de nuestras vidas…. Ese elemento natural que nos ha acompañado desde antes de que bajáramos de los árboles, nos ha dado de nuevo una patada en nuestras engañadas conciencias occidentales: DIOS NO EXISTE, NO OS EMPEÑEIS. TODO ES UNA CONSTRUCCIÓN SOCIAL PARA LA PAZ DE UNA MAYORÍA OPORTUNISTA Y LOS PRIVILEGIOS DE UNA MINORÍA VANIDOSA. Si necesitamos semejantes obras para invocar y adorar a nuestro Dios, es que estamos muy ciegos y abandonados, faltos de amor, pero borrachos de antropocentrismo. No somos el centro del Universo y tampoco de la madre Tierra: nuestra “evolución” parece que lleva implícita nuestra autodestrucción y la aniquilación de gran parte de la Vida en sus diferentes formas y especies, esa es nuestra herencia más letal. La Naturaleza es bella y cruel al mismo tiempo, como nosotros y nuestras obras. Lo bello es cruel, mi Amor.

    Hace 4 años 11 meses

  11. Jose Javier Paniagua

    Totalmente de acuerdo con Kalidoscorpio. Todos los sentimientos son legítimos, no hay unos mejores que otros en este asunto concreto. Pero, claro, cualquier ocasión es buena para situarse por encima del bien y del mal, para establecer categorias éticas y morales. Fina ironia? si, debe ser muy fina.

    Hace 4 años 11 meses

  12. Kalidoscorpio

    Por supuesto, si alguien muestra un desacuerdo o señala algunas líneas argumentales en las que no está de acuerdo, es porque es corto de entendederas y "no le da" la mente para comprender. Es muy loable que alguien me intenté hacer entrar en razón con tan desinteresado propósito. Gracias

    Hace 4 años 11 meses

  13. No más

    Comparto muchas de las opiniones de este artículo sobre este desgraciado incidente. En particular, me parece acertado lo de que debemos aceptar que las cosas pueden arder solas -sin motivos, sin culpables- o, por mejor decir, que hay responsabilidades aéreas y abstractas. Me parece muy esclarecedor poner de relieve estos aspectos ante situaciones tan dramáticas y desoladoras como esta que nos pueden conducir a buscar culpables a los que linchar, peligrosas teorías conspiratorias, ... Gracias por la objetividad y la razón en tiempos de crisis.

    Hace 4 años 11 meses

  14. TOLOLO

    El amigo 'Kalidoscorpio' parece que no capta la fina ironía en el texto de santiago alba...

    Hace 4 años 11 meses

  15. Kalidoscorpio

    Supongo que es un ejercicio un poco tramposo, pretender que uno escribe desde la serenidad y la humanidad, mientras los otros hablan desde su ansia de demostrar lo “especiales y diferentes que son”, rompiendo ese aplauso unánime. Sin quitarte parte de razón, te diría que ese argumento es un bonito boomerang, en el que también se puede afirmar que quien se afana en demostrar que siente esto como una tragedia y una catástrofe, señalando a los que difieren como incultos, ególatras o inhumanos, también busca sobresalir y sentirse especial formando parte del lado “bueno y humano” del mundo. Efectivamente, no hay por qué establecer una jerarquía moral de sentires o pesares, ni es incompatible sentir todos los dolores del mundo. Tampoco es necesario sentirlos todos, ni uno puede solucionar por si solo nada. La expresión es una cosa personal. Pero al margen del sentir y de lo personal y cercano, está la agenda y los recursos. Eso que nos planteamos como urgente para solucionar y eso que no. Comprobar esa diferencia es doloroso en si, y no se trata de igualar por abajo ni de hacernos araquiris de culpabilidad cada vez que pase algo en cualquier recóndito lugar del mundo. También me resulta curioso que se resalte que la belleza reside en el engaño, y que quienes se empeñan en desenmarañar ese engaño se cargan algún tipo de esencia humana. No todos los engaños cuestan vidas, ni aceptar la realidad tiene como consecuencia la muerte de la belleza. Ese engrandecimiento del ideal y de la belleza como bien supremo incuestionable es precisamente la puerta al fascismo (ya que te permites hacer la comparativa de cierta izquierda con el ISIS). Por último me resulta llamativo que se apele a esos “constructores” como humanos que prefieren el anonimato para engrandecer la obra resultado del que han sido partícipes. Me parece una locura. Nadie desea el anonimato salvo que sea realmente necesario. Otra cosa es que no sea necesario el reconocimiento individual, y valga con un reconocimiento COLECTIVO. Pero colectivo no significa achacarlo a la humanidad para sentirnos parte también. https://lamemoriadelescorpion.wordpress.com/2019/04/16/algo-se-quema-en-el-alma-cuando-lo-humano-se-va/

    Hace 4 años 11 meses

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